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Carlos Colón

Desprecio totalitario a la democracia

ANTE la casa de Gallardón el demócrata era el alcalde y los fascistas quienes le acosaban e insultaban a él y a su familia. Sin embargo, eran los energúmenos totalitarios que habían violado la frontera que separa la vida pública de la familiar y privada quienes gritaban "¡fascista!" al demócrata. Como buenos totalitarios se creían en posesión de una verdad absoluta que les daba derecho a pasar por encima de todo. ¿Qué importa que a este señor los madrileños lo hayan elegido dos veces presidente de su comunidad (1995 y 1999) y tres veces alcalde (2003, 2007 y 2011), que en las últimas elecciones le votaran 756.952 ciudadanos y que se tratara de su domicilio particular o que su familia sufriera los insultos y el acoso? Los agresores eran los representantes del bien y la verdad; y Gallardón, del mal y del error. Y la lucha contra ellos, como saben los fanáticos y los totalitarios, lo justifica todo.

A la mañana siguiente del incidente Gallardón los indignados intentaron bloquear el funcionamiento del Parlament. Los diputados tuvieron que llegar en helicóptero o en furgones policiales, siendo insultados y agredidos. José Bono ha recordado lo que todos sabemos, pero nadie parece querer recordar: "impedir la entrada al Parlament a los diputados es un delito". ¿Se actuará contra ellos? Lo dudo. Los agresores eran unos dos mil y los agredidos habían sido votados por 1.198.010 (CiU), 570.361 (PSC) ó 384.019 (PPC) ciudadanos. Pese a ello gritaban: "Ningú, ningú, ningú ens representa".

No es este Gobierno, tan dado a estoquear toros muertos, el que va a sacar a Franco de su tumba. Ya lo están desenterrando estos tipos que comparten su desprecio hacia el Parlamento, su desdén por la democracia y su consideración de los políticos como corruptos que no representan a nadie. "Nosotros no negamos la democracia; queremos la democracia real", dijo Franco en un discurso de 1957.

Se ha mentido mucho acerca del movimiento de los indignados. Se ha calificado como espontáneo lo organizado a través de las redes. Se les ha dado toda la razón por tenerla en parte. Se ha consentido que ocupen abusivamente espacios públicos. Se les ha mimado como resto romántico de los movimientos de los 60 o se les ha saludado como el amanecer de una nueva conciencia cívica. Se ha procurado no cabrearles para que no adquiriesen mayor protagonismo entre ellos los más violentos antisistema. Se ha hecho la vista gorda a lo tardío de su indignación y a su sospechosa coincidencia con la víspera de las últimas elecciones que todas las encuestas decían que iba a ganar el PP. Ahora se empieza a pagarlo.

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