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Aestas alturas resultará difícil que nos escandalicemos con cualquier escena que se inventen los guionistas de Californication, la serie más desvergonzada de la tele, hecha tan a medida de David Duchovny, su protagonista y productor ejecutivo, que cualquiera diría que él mismo selecciona el casting de bellas jovencitas a las que su Hank Moody, digámoslo finamente, seduce... No, Californication ha agotado ya su capacidad para sorprendernos, todo suena a repetido, a barbaridad tras otra, y por eso no cuenta con el respeto de la crítica. Cuesta encontrar algún crítico de prestigio que siga esta serie de la cadena Showtime, pero tiene una audiencia fiel y más que suficiente, que en ocasiones supera los 2,5 millones, para mantenerse, habida cuenta de que sus costes de producción no deben de ser prohibitivos. Y qué demonios, si hay mucha, muchísima gente, que se enganchó a Spartacus como terapia post-oficina, baño de sangre y sexo para la descompresión laboral, lo mismo ofrece la serie de Kapinos: desvergüenza a raudales y buenas risas. Con el paso del tiempo el personaje de Duchovny se va haciendo más y más cansino, pero a cambio el de su agente, Charlie Runkle (un excesivo pero gracioso Evan Handler), va ganando. Si el año pasado acompañábamos a Moody al borde del infierno durante casi toda la temporada (el juicio por pedofilia en el que era defendido por la despampanante Carla Gugino, a la que hemos podido ver ahora en Justified), en esta quinta temporada lo encontramos más moderado. Han pasado varios años, se ha mudado a Nueva York, y está de visita en Los Ángeles para escribir un guión para un rapero-productor multimillonario, con cuya novia inevitablemente (Meagan Good quita el hipo) tiene un lío, y visitar a su hija. Su familia ha avanzado sin él, que sigue siendo el mismo capullo indeciso, egocéntrico y encantador de siempre, con una relación tormentosa con el desequilibrado personaje de Natalie Zea. Pero en estas, justicia poética o castigo divino, que Moody encuentra la horma de su zapato. Su hija se echa un novio que bien podría haber sido él veinte años atrás. Un granuja de cuidado. Aunque la trama no le está dando toda la cuerda deseable a ese conflicto generacional, sigue mereciendo la pena ver Californication, con los diálogos más porno de la ficción televisiva. Aunque después haya que confesarse y rezar cuatro avemarías.

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