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Ignacio Martínez

Discurso nada protocolario

IÑAKI Urdangarín será imputado en los próximos días. Su suegro lo dejó en Nochebuena al pie de los caballos y a merced del juez de instrucción. Era vox populi que se había dado la cortesía al Rey de unos días de plazo, para que diese su alocución de Navidad sin la presión de los tribunales sobre su familia. Si alguien dudaba sobre la autoría de la frase de Rafael Spottorno sobre Urdangarín, cuando dijo que había tenido una conducta poco ejemplar, ya la habrá despejado.

Sin citar a su yerno por su nombre, don Juan Carlos abordó el asunto de plano. Dijo, con el énfasis que la ocasión merecía, que las personas con responsabilidades públicas deben tener un comportamiento ejemplar, con rigor y seriedad en todos los sentidos. Se mostró comprensivo con la reprobación ciudadana que había merecido el caso, lo que incluye en mi opinión el seguimiento de la prensa. Y recordó que estamos en un Estado de Derecho, en el que la Justicia es igual para todos.

Eso sí, se permitió añadir que no hay que generalizar. De hecho, aprovechó al dar las gracias a quienes se han interesado por su salud este año, para hacer el panegírico de su heredero. El Rey dedicó al Príncipe de Asturias todo tipo de elogios. Alabó su rigor y acierto al servicio de los españoles y de España, de su democracia, de su Estado de Derecho, sus libertades, su unidad y diversidad, y de la defensa de sus intereses en todo el mundo.

Es decir, traducido, que Urdangarín no ha tenido un comportamiento ejemplar, que caiga todo el peso de la ley sobre él, pero que la Corona española tiene un príncipe heredero adecuado. Los redactores del discurso real han hilado fino. En defensa de la credibilidad y prestigio de la Monarquía, don Juan Carlos recordó sus 36 años de reinado y el hecho de que las últimas décadas han sido las de más altas cotas de progreso de la historia de España.

El discurso real tuvo otros tres elementos importantes. Sobre la crisis, calificó la cifra de parados de inaceptable y reclamó unidad y diálogo. Sobre la Unión Europea, subrayó la vocación europeísta de España y su voluntad de estar en la vanguardia de Europa; o sea, de estar en el núcleo duro de la nueva UE, después de la reforma de los tratados. Y en relación con ETA, se notó la mano del nuevo Gobierno. En vez de celebrar el cese definitivo de la actividad armada, exigió a los terroristas que entreguen sus armas asesinas y se centró en el reconocimiento a las víctimas: defendió el compromiso de una sociedad libre que no se deja amedrentar, que exige justicia y reparación para quienes fueron víctimas de la violencia por no querer someterse a la dictadura del terror.

En resumen, un discurso nada protocolario, que no defraudó.

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