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Alejandro V. García

Disney en África

ERA demasiado hermosa la fábula de la rebelión de los países africanos contra los tiranos y la proclamación pacífica (y metódica) de la democracia. La historia de Túnez y luego la de Egipto, amortiguada por los kilómetros de lejanía, ha llegado a Europa perfumada con los mismos valores de audacia, tesón y justicia que una producción de Disney. De pronto el pueblo se ponía en pie, acampaba en una plaza y con paciencia conseguía deponer al dictador y recobrar los derechos hurtados durante décadas. Era también hermoso contemplar cómo la comunidad occidental (el primer mundo) no sólo apoyaba los levantamientos sino que los animaba, como lo hizo, por ejemplo, Obama con los iraníes. ¡A ese precio cualquiera podía hacer una rebelión! ¡Sólo hacía falta coraje y dignidad! ¿Y qué pueblo no iba a tener coraje y dignidad después de décadas de sometimiento para salir a la plaza y acampar hasta agotar la resistencia del tirano!

No era tan fácil, por supuesto. Lo estamos viendo en Libia, donde la sublevación pacífica está siendo reprimida a sangre y fuego. Doscientas vidas ha costado ya, según las estimaciones más equilibradas, la revuelta contra el viejo déspota que se resiste, con el apoyo de sus hijos, a entregar el mando. ¿Y que llegaría a pasar en Marruecos si persistieran las protestas? El dictador amigo no pertenece a la casta de los represores salvajes y medio locos en la que milita el libio. Su dictadura está fortificada con una férrea red de elementos de coacción de una tremenda eficacia coercitiva. Miedo da que el rey ponga en marcha semejante maquinaria contra los que reclaman mayor apertura democrática. ¿Y qué capítulo se abre después de la destitución del ogro? No está claro, pero seguro que serán un capítulo agrio y muy largo.

Aunque eso no quiere decir que las rebeliones sean inútiles. Una vez prendida la llama de revuelta será difícil apagarla. Pero ahora viene el segundo problema, seguramente el mayor: la actitud de las democracia europeas. Los miedos a las consecuencias de los levantamientos ya están escritos: inmigraciones caóticas, aumento impredecible del precio de los carburantes, expansión del terrorismo y vía libre a las facciones fundamentalistas. Se dirá que son miedos interesados. Por supuesto que sí. Yo diría más: temores subordinados a uno principal que no se dice. La ampliación del club de los países libres, es decir democráticos, es un revés para los derechos económicos consolidados. Si somos más, a menos tocamos. En éste y en todos los aspectos. Ahí, por ejemplo, está el caso de Turquía y sus aspiraciones europeístas, cercenadas, según ha escrito con tino el Nobel Orhan Pamuk, por un lado y por otro.

Despertemos: los levantamientos no eran producciones de Disney; son puro realismo sucio.

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