F UE al salir del periódico, a una hora -digamos- escasamente adecuada para cualquier familia de orden. Enfilé calle abajo, con los periódicos ya leídos (los periodistas viejos cargamos todavía con papel incluso de madrugada) y de pronto encontré en una plaza (cruce de calles, en realidad) a varios políticos socialistas como locos, desesperados, intentando endosar a los menguantes paseantes un triste pasquín en el que resumían sus mensajes electorales.

Entre ellos había un importante alto cargo autonómico tratando de cazar a cualquiera que tuviera el suficiente sentido de la educación para, simplemente, prestarse a recoger el folletito. "Muchas gracias", contestaba el dirigente socialista a quien tenía a bien no dejarle con la mercancía en la mano. Es cierto. El gesto es digno de agradecer: después de tres campañas electorales seguidas, sucesivas, llenas de mentiras y promesas vanas, tiene mucho mérito que los ciudadanos todavía mantengan las buenas costumbres incluso a esas horas. Ciertos políticos, tan dados al desahogo verbal, deberían aprender de ellos a saber estar. De sus propios votantes, digo.

La escena, por otro lado, daba que pensar. Mucho. Por un día -acaso unas breves semanas- el orden jerárquico se invierte y quienes suelen esconderse detrás de los cargos, los rótulos, el protocolo, las agendas oficiales, los jefes de gabinetes y los secretarios te asaltan de pronto por la calle, incluso a la hora bruja, para contarte su particular buena nueva. Más suya que tuya, claro. Quienes se juegan la hacienda, el corazón y hasta la cartera son ellos más que los ciudadanos (algunos ni pueden ya perder aquello que se evaporó como resultado de esta cruenta crisis), lo que explica semejante exceso de productividad política a las horas en las que, según los convenios, materia camino de convertirse en arqueológica, habría que empezar a pagar la nocturnidad.

Es evidente que no es más que una cuestión transitoria, temporal. Contigente. Dentro de unos días habrá un nuevo poder -con independencia del resultado electoral todo poder aspira a la eterna juventud- y volverán las barreras, el vuelva usted mañana y el usual amiguismo meridional. Nuestra particular democracia es tan formal que apenas si dura un suspiro. Y, sin embargo, bendito espejismo que permite que por una vez aquel que presume de dar, conceder y beneficiar(se) te suplica que tengas la bondad que cogerle un folleto.

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