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LO siento, no tengo una opinión muy firme sobre el aviso extrañamente público del ministro Rubalcaba de que ETA prepara una acción terrorista espectacular, como un atentado contra un cuartel de la Guardia Civil o un ministerio o el secuestro de una personalidad relevante.

Es extraño, ya digo, que el ministro del Interior haya roto su trayectoria solvente en la lucha antiterrorista, caracterizada por este principio: contra el terrorismo se debe hablar lo menos posible y hacer lo más posible (dentro de la ley, claro). Ayer el presidente del Gobierno vino a confundirme aún más al proclamar que el propio anuncio del atentado forma parte de la estrategia antiterrorista. El líder de la oposición, Mariano Rajoy, no se ha opuesto rotundamente, mostrando su confianza en que Rubalcaba habrá sopesado las ventajas e inconvenientes de su actitud.

Los inconvenientes están claros. Con toda seguridad Rubalcaba piensa que su anuncio de atentado servirá para evitarlo, pero el hecho mismo de anunciarlo supone un beneficio para ETA. La alarma que se genera contribuye a propagar el miedo, que es uno de los objetivos fundamentales de los terroristas: matar o secuestrar a unos pocos para atemorizar a muchos. Está en el ADN del terrorismo. Sin el impacto mediático de sus acciones el terrorismo no sería más que una anécdota dolorosa para la marcha de la sociedad (pero terrible para las víctimas, desde luego).

Que se hable de atentado inminente y que el pánico se apodere de la gente por ese motivo es una buena baza para ETA. En condiciones normales, el ministro del Interior hubiese manejado con suma discreción los documentos requisados a la banda que revelan la preparación de atentados, alertando a las personas y colectivos amenazados, a sus escoltas y a los agentes de Seguridad que velan por ellos. Se ha activado el nivel dos de alerta antiterrorista, lo cual también es congruente con la situación detectada, pero no se entiende bien por qué se ha hecho después del aviso público en declaraciones a la prensa. No responde al viejo principio de trabajar en silencio contra un enemigo que necesita el oxígeno de la exposición mediática.

Se me escapa de qué forma la divulgación de la amenaza terrorista obedece a la estrategia gubernamental para conjurarla. Quizás trata de incidir en el siniestro debate que divide a la banda etarra acerca de la utilidad de la violencia (jamás han discutido si la violencia es ética o justa) y de su propio futuro, quizás el aviso se dirige a la propia organización como mecanismo, bastante discutible, de disuasión. Quiero ser constructivo y darle un voto de confianza a Rubalcaba. Pero faltan elementos de juicio.

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