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APARENTEMENTE, y visto desde fuera, la labor del programador de los festivales de cine de campanillas es fácil, muy fácil. Lo digo por Julia Roberts, a la que se entregará el Premio Donostia el lunes 20 de septiembre. Partiendo de que la fecha de estreno de la película Come, reza, ama no era otra que el viernes 24 de septiembre, parecía poco menos que obligado que ésta tuviese una sesión promocional en la alfombra roja donostiarra. Sólo había que confirmar qué actores se desplazarían hasta allí. Asegurada la presencia de la estrella, el premio estaba cantado. Irá a promocionar, y de paso recogerá un premio.

Dos días antes de que Julia Robert pase por el Kursaal, Álex de la Iglesia recibirá el Premio Nacional de Cine de mano de la ministra Ángeles González-Sinde. Procederá de Venecia, donde se va a proyectar Balada triste de trompeta. No sería descabellado que el programador incluyese una sesión especial de esta película en San Sebastián. Hasta el 17 de diciembre no se verá en las pantallas españolas. De este modo tendría su premiére nacional en el escaparate adecuado. Tampoco debería pasársele por alto al programador encontrar un hueco para Rodrigo Cortés. Su Buried (Enterrado) llegará simultáneamente a cuatro mil cines de todo el planeta el 1 de octubre.

Tendrá su intríngulis, pero visto desde fuera la cosa no tiene mayor complicación. Todo es puro posibilismo. ¿Qué es lo que hay? Pues a por ello. Las películas no se sacan de la manga. Están las que están. Y cuando hablamos de festivales de cine, sobre ese material y no otro hay que partir. De que la cosecha sea buena o mala, quien seguro no tiene la culpa es el programador. Lo complicado es que haya títulos buenos para todos.

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