El poliedro

Flotadores confuturo y con pasado

Con un sector exterior bajo minimos y una industria deficitaria, no podemos renegar de sectores que crean empleo

AUNQUE no hay nadie que en la actual situación pueda sacar pecho como territorio emergente y que queda indemne a los daños del gran parón, las exportaciones son un colchón… para aquellos que tengan productos (y, aunque en menor medida, servicios) que exportar. En esta vuelta a lo físico y real que se impone en la economía tras los excesos, dicho colchón debe ser sobre todo un industrial, al menos según la ortodoxia y, podría decirse, la lógica. Países que, como Alemania, tienen aún un sector industrial que asume una parte importante de la generación de riqueza nacional están en mejores condiciones para encarar la penuria del consumo y la inversión internos, vendiendo fuera a quienes todavía crecen y necesitan más madera. No es nuestro caso, ni a nivel nacional ni a nivel regional. En este sentido, el desplome del Índice de Producción Industrial español que hemos conocido en estos días no es, una vez más, un buen síntoma. La filtración de las opiniones de un alto asesor del premier británico Gordon Brown mueve a la perplejidad: "Tenemos que olvidarnos de la industria y centrarnos en la City financiera y en los servicios de alto valor añadido; y lo que no sea Londres, que se dedique al turismo". Tal cosa ha venido a afirmar off-the-record Mr. X: sólo la City merece ser rescatada. Esperemos que haya alguna intención espuria, o que se trate de una enajenación transitoria. Más que nada, porque no quedan muchos palos en el sombrajo. Ahí es nada, viniendo de la propia cepa de la industria, la cuna de la Revolución Industrial. En el límite de este planteamiento radical, cabe preguntarse si no acabaremos siendo todos países franquiciados de China.

A falta de vida en el corto plazo, no cabe sino replantearse el porvenir de los territorios desde un punto de vista estratégico: quién es cada cuál en el incierto escenario futuro del planeta, qué voy a hacer mejor que otros o más barato. A qué nos vamos a dedicar si no queremos que alguien se dedique por nosotros. La terciarización de nuestra economía y el peso desproporcionado de los servicios en nuestra estructura económica y la de buena parte de Europa fue durante mucho tiempo un rasgo de modernidad. Hoy no lo es. El turismo, dentro de nuestros servicios, es nuestro flotador, aunque no es ajeno a los porcentajes negativos, como hemos sabido también esta semana. Nadie tiene la varita mágica, y el miércoles Almunia fue crucificado por la prensa alemana por dedicarse a predicar recetas y soluciones. Tras la inflación de los malos augurios, se abre la veda de los grandes remedios, en la que conviven ideas aparentemente sensatas con otras que huelen a promesas de vendedores de crecepelo del far-west, que de paso chupan cámara. La innovación, la educación y el eficaz uso de las tecnologías son armas cargadas de futuro, pero también son verdades manoseadas y tomadas en vano: sus efectos germinarían sólo con los años, y sólo si se invierte en ellas. La I+D+I que en realidad busca financiación extra o la cantidad de móviles por habitante son sucedáneos. Las acciones dirigidas a interiorizar en nuestro tejido productivo tales armas son tan necesarias como demoradas en sus efectos beneficiosos.

En estas circunstancias, la construcción inmobiliaria debe resurgir de sus cenizas tras el brusquísimo ajuste. Una vaca flaca, pero vaca al cabo. El shock sufrido por un sector exuberante y las órdenes de prisión de alcaldes y ediles son un correctivo que mueve a replantearse el juego de fuerzas, pero que no debe derivar en una regulación restrictiva. Para lo ilegal están los tribunales. El empleo en España se ha llamado construcción tanto tiempo. Regular para facilitar: la legislación actual ya es dura, y no debe por eso ser paralizante. Con la VPO como prioridad, un dogma a día de hoy. Para generar empleo y parar la sangría presupuestaria, ¿cuántas alternativas de emergencia tenemos?

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