PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

Gao Ping añora Sevilla

QUÉ tiempos aquellos, los de 1989. Gao Ping los añora. En la celda donde da vueltas desde hace dos semanas, tiene tiempo para evocar aquella Sevilla a la que llegó desde la ciudad de Hangzhou, en la provincia china de Zhejiang. Era un joven muy distinto a los que fueron asesinados ese año en la plaza de Tiananmen. Sus ideales son otros. Traía hambre de riqueza, quería comerse el mundo. La euforia de la Sevilla que se transformaba para la Expo 92 no desembocaba con sus tarjetas de crédito en los restaurantes de comida china propiedad del familiar que le acogió como inmigrante. Su espíritu ambicioso pronto le instó a no secundar ese modelo de negocio, muy exiguo para sus expectativas por mucho que sirvan de tapadera. Por eso protagonizó el salto cualitativo que dio la comunidad china, en un cambio generacional, haciéndose notar en todos los barrios con la apertura de bazares todo a cien pesetas, compitiendo con el comercio local de proximidad.

Aprendió español manejándose en los márgenes de beneficio de la importación y distribución de mercancía. Pronto, Sevilla se le quedó chica, él se sentía llamado a ser un preboste en Madrid, la capital, donde ha conseguido ser reverenciado como un multimillonario, como un capo, como un mecenas.

En sus paseos carcelarios para estirar las piernas, Gao Ping a veces siente nostalgia de sus comienzos en Sevilla, manejando recaudaciones ínfimas en comparación con el emporio de compraventa montado después. Pasajeros momentos de debilidad, cuando le preocupa ser acusado de blanquear 300 millones de euros. Cuando sus abogados le ponen las pilas y le aseguran que, por mucho que salgan en los telediarios las imágenes de billetes por doquier en sus dominios, eso no es delito sin la demostración de su origen ilícito, entonces deja de añorar Sevilla y arenga a sus letrados para que le definan como un banquero al estilo oriental, en el que todos se prestan y nada pasa por ventanilla. Un patriota. Un padrino.

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