JUNIO busca las tablas con una noticia tremendamente verde, tremendamente blanca y tremendamente verde, la del último día de Rafael Gordillo como presidente del Real Betis Balompié. ¿Alguien hubiera podido predecir que el otrora Vendaval del Polígono iba a desempeñar su labor con la competencia que ha demostrado? Particularmente creí siempre en la capacidad de consenso que reunía, pero tuve mis dudas en otro orden de cosas. Le veía limitaciones indudables para el desempeño de un cargo de tanta trascendencia, pero el tiempo se ha encargado de desvelarme que su sentido de la responsabilidad pudo con las limitaciones.
Empezó como modelo para el imprescindible consenso que el Betis necesitaba en unos momentos como no hubo otros tan desagradables en su historia y se va del cargo por la puerta grande y la montera en la mano para responder a los aplausos. Desde esta noche en adelante, nadie podrá culparle de un mal resultado y eso es bueno para que una figura de su trascendencia en la vida del Betis no se salpique por errores que no le competen. Deja libre el sillón de don Benito en unos momentos en que ya mayoritariamente los béticos pueden dormir tranquilos a sabiendas de que ningún zorro o zorra ha entrado con nocturnidad y alevosía en su gallinero.
En todo el proceso que originó tal estado de cosas, la visión del Betis como un club de fútbol normal, la figura de Rafael Gordillo ha sido fundamental. Primero con Juan Manuel Gómez Porrúa y luego con José Antonio Bosch, Rafa ha dado una lección diaria de buen hacer. Ha sacado las uñas para defender al Betis y, por ejemplo, las ha guardado para darle la mano al Sevilla cada vez que coincidieron. Ha sacado con una nota altísima sus seis meses de estancia en el primer sillón del beticismo y eso hay que agradecérselo en esta hora del adiós. Hay que agradecérselo igual que los béticos le coreaban el agradecimiento en cada galopada por la banda izquierda.
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