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José / Ignacio Rufino

¡Guindos defiende la tasa Tobin!

La Unión Europea -sin el Reino Unido- da los primeros pasos para controlar y gravar las transacciones financeras

USTED tendrá su propia opinión sobre las proporciones de los pros y contras de la globalización. Si es que ha sido una vía para conocernos mejor ecuménica e interracialmente, con unas tecnologías que nos han igualado democráticamente. Si es que ha sido la apertura definitiva de la compuerta para la solución final del poder financiero y el mercado, o sea, un truco del almendruco perpetrado aprovechando el encantamiento de internet. O si usted piensa que ni tanto ni tan calvo. Lo que es indiscutible es que la globalización ha comprimido económica y culturalmente el planeta de forma inexorable y sin posible marcha atrás. Ha creado un mundo definitivamente pequeño. Se da a estas alturas del proceso de globalización un rasgo que parece contrapesar la cantidad de delitos que amparados en ella se cometen contra todo tipo de propiedad, por ejemplo, la de los contenidos periodísticos, o las estafas de falsos bancos a incautos, o los crímenes menores de los malababa atrincherados en un nick. Parece haber un reflujo del "todo vale y todo es posible y esto es el grial de la verdadera libertad", y encontramos que ya hay síntomas de que se puede enmendar, o al menos paliar, el desajuste entre la globalización de los datos, las transacciones y las informaciones y la falta de control global de los excesos que se han producido de la mano de la prodigiosa potencia comunicadora de internet. Recientemente, países como Francia, Alemania, Bélgica e Italia han dado pasos para poner coto al tráfico de datos ajenos por parte de Google. En el camino, y por la lentitud de los acuerdo globales para los problemas globales, hayan quedado muchos de los más necesarios: los pequeños y medianos, que en general garantizan más la pluralidad que los grandes. Todos amamos la funcionalidad Google, pero su omnipotencia como buscador no puede ser a costa del empobrecimiento y eventual liquidación de quienes crean los contenidos que ellos distribuyen a demanda sin pagar un sólo céntimo: a ese proceso se le puede llamar, finalmente, "secuestro democrático". Como los efectos de esas maravillas globales -sucede con casi todo lo que es embriagador en la vida- acaban produciendo monstruos, es necesario que las decisiones de contrapeso y control se tomen entre agentes globales. Eso parece haber sucedido con el resurgimiento de la llamada Tasa Tobin, que ha tomado más fuerza esta misma semana en Europa.

Tobin (el economista estadounidense que estudió dicha tasa a los intercambios financieros, para hacerlos más sociales y menos rápidos, peligrosos y puramente especulativos y para beneficio de muy pocos) no era el rojazo antisistema que muchos quisieron ver confundidos por que, sólo hace unos años, quienes defendían el establecimiento de este impuesto a las transacciones financieras eran gente clasificada como radicales de izquierda. Ver hoy a nuestro ministro De Guindos -quién se lo iba a decir a él- en un grupo de trabajo a altísimo nivel comunitario para poner en marcha una iniciativa europea en este sentido resulta sorprendente, y esperanzador.

De momento, el plan de este comité es implantar la tasa sólo sobre la compraventa de acciones y bonos. Se estima que España ingresaría por este concepto 5.000 millones al año, aunque queda valorar cuánto negocio de transacciones se disuadiría o emigraría de la Unión Europea por ser sólo aquí donde se comienza a establecer la tasa Tobin parcial. Esta posible pérdida no asusta a De Guindos y compañía: afirman que alguien tiene que hacer el primer movimiento de una buena causa. Por supuesto, Reino Unido veta cualquier versión de tasa Tobin. Y es que la City financiera de Londres y buena parte de su PIB viven de esas transacciones. De hecho, es éste el único motivo que les mantiene en la Unión Europea.

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