en tránsito

Eduardo Jordá

Havel en Nochebuena

ADAM Zagajewski se preguntaba en un poema qué habría sido de Rusia si el poeta Osip Mandelstam hubiera podido hacer las leyes y Stalin sólo fuera un personaje menor en una saga olvidada del folclore georgiano. Me acuerdo ahora de aquel poema porque el domingo pasado se murió Vaclav Havel, el único intelectual de nuestro tiempo -aunque fue dramaturgo en vez de poeta- que estuvo en condiciones de dictar las leyes de su país. Porque Havel ocupó el cargo de presidente de Checoslovaquia durante tres años, entre 1989 y 1993, y luego fue presidente de la República Checa durante diez años más, tras la separación de Eslovaquia en 1993. En total, Havel estuvo trece años en el poder. Y trece años son casi un milagro para un hombre que creía que la política no era más que una forma de ejercer la moral.

Vaclav Havel se murió el domingo pasado en Praga, la ciudad en la que se pasó horas y horas charlando y fumando y bebiendo en las cervecerías. Durante la época comunista, Havel pasó cuatro años en la cárcel por haber pedido la libertad de expresión en una carta pública. Antes había tenido que trabajar en una fábrica de cerveza. Cuando lo nombraron presidente, en 1989, su primera idea fue nombrar consejero de cultura a Frank Zappa. También le gustaba mucho la música de la Velvet Underground. Nadie podrá negarle buen gusto.

Havel pasó los últimos años de su vida conversando con un sacerdote del que se había vuelto muy amigo. Havel era agnóstico, pero en 1995 pronunció un discurso en el que decía que el ser humano estaba perdido si no era capaz de encontrar alguna clase de trascendencia que lo salvara de la inanidad del consumismo compulsivo. Y en los últimos años del comunismo, cuando era un dramaturgo que no podía estrenar sus obras, Havel escribió que quería alejarse de todo lo que tuviera que ver con la "tecnología del poder" y con la "manipulación cibernética" de los hombres. Lo bueno del caso es que estas críticas contra el comunismo sirven también contra la nueva tecnocracia que ahora gobierna Europa.

Havel era uno de los pocos europeos de espíritu que nos quedaban. Tenía la extraña idea de que la política era un intento arriesgado de servir a la vida y de hacer mejor todo lo que tuviera que ver con la vida de los hombres. El siciliano Angelo Maria Ripellino, que escribió un libro extrañísimo sobre Praga, Praga mágica, no pudo volver a la ciudad que amó en su juventud porque se lo prohibieron los dirigentes comunistas, así que se consolaba leyendo los apellidos checos que salían en el listín telefónico de Viena. Si queremos consolarnos por la pérdida de alguien que simbolizaba lo mejor de Europa, tendremos que buscar en el listín telefónico un solo apellido: "Havel, Havel, Havel, Havel".

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