La ciudad y los días

Carlos Colón

Historia de un idilio

LA primera datación de veraneantes en Matalascañas corresponde a 1817, siendo pioneros los pileños. Así lo afirman Manuel P. Cobo López y Raúl E. Tijera Jiménez en Etnografía de la Doñana sevillana, libro citado en el catálogo de la exposición Pilas y Matalascañas, historia de un idilio que se puede y debe visitar en la Casa de la Cultura pileña. 350 fotografías y audiovisuales de los años 70 y 80 reviven los largos veraneos que entre 1817 y 1981 vivieron tantos pileños -y con ellos gentes de otros pueblos y del pueblo grande de Sevilla- en las chozas que se alquilaban por secciones separadas por mantas o persianillas de cañas.

A lomos de caballerías y carros hacían los pileños el camino de los baños a través de Villamanrique, el Pinar de las Manchas, las fincas de Hato Ratón y Hato Blanco, la marisma de Hinojos, las Pajareras, el palacio de Doñana y la laguna de Santa Olalla en la que, en la pará, se cargaba todo a lomos de bestias que cruzaban las dunas hasta alcanzar la playa. Las chozas conformaban una pequeña aldea con hornos de pan, pozos de agua dulce, cocinas de leña, tiendas y ventorrillos. Con el nuevo siglo el veraneo en chozas se hizo tan popular que en el Abc de agosto de 1932 podía leerse este curioso eco de sociedad: "Con motivo de la temporada de baños son numerosas las familias que se han trasladado a la vecina playa de Matalascañas, de donde llegan noticias de que está aquello concurridísimo este año y muy agradable". En la posguerra el trasporte se hacía en camiones y autobuses que eran sustituidos por tractores al llegar a las arenas. En los años 50 empezó a hablarse de la urbanización de la playa. El 27 de septiembre de 1961 se pudo leer que "un potente grupo económico del que forman parte financieros españoles, alemanes, suizos, belgas y franceses ha adquirido una gran franja del coto de Doñana para construir una ciudad con zonas de gran lujo, hoteles, bungalows y chalés y viviendas asequibles a todas las fortunas, aglomeración urbana que contará con toda clase de servicios". En lo del gran lujo no cumplieron, pero en lo de la "aglomeración urbana" se esmeraron.

La urbanización de Matalascañas devoró el mundo de las chozas, siendo derribadas las últimas en 1981 "por razones de protección del medio ambiente". Podían haber derribado los bloques en primera línea de la playa que acabaron con las grandes dunas, digo yo. Así terminó el idilio. La exposición evoca ese pequeño paraíso a través de fotografías llenas de valores etnográficos, emociones humanas y en muchos casos una recia belleza neorrealista digna de Rossellini o Visconti.

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