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EN las sociedades democráticas el dilema libertad-seguridad se resuelve mediante un delicado juego de equilibrios. Resignamos parte de nuestra libertad en el Estado para que se nos garantice la seguridad sin la cual tampoco podemos ser libres. Como un precio de la propia libertad.

El terrorismo, y más el terrorismo indiscriminado que no le hace ascos a ninguna víctima concreta a fin de atemorizar a grandes colectivos, y más aún el terrorismo que predica el suicidio liberador de sus practicantes, supone un desafío superior al sistema de libertades. Por un lado, exige un sacrificio de los derechos individuales hasta límites insospechados y para el que nos falta hábito. Por otro, ni siquiera este sacrificio inmuniza la vida y la seguridad de los así sacrificados.

Da la impresión de que el terrorismo de raíz islamista aprende más rápido que sus enemigos y se adapta mejor a la nueva situación (crisis de las democracias, caldo de cultivo de la miseria, tecnologías de la información). El atentado frustrado del avión que volaba a Detroit no se habría producido con un funcionamiento normal de los mecanismos más elementales de lucha antiterrorista: el yihadista nigeriano figuraba en una lista de islamistas sospechosos a vigilar y, a la vez, su padre banquero había avisado a la CIA de que el muchacho había sido ganado por el fanatismo y preparaba algo sonado. Con sólo cruzar ambos datos, en poder de los servicios antiterroristas, se hubiese evitado el susto.

Ante los fallos lamentables, y reiterados, de los mecanismos de Inteligencia -en ocasiones parecen mecanismos de Torpeza-, los gobiernos caen en la reacción más simple: restringir las libertades ciudadanas. Si no podemos confiar en el factor humano, confiemos en los escáneres. Ya se anuncia el uso en los aeropuertos de Holanda y Gran Bretaña del escáner que permite ver el cuerpo desnudo del pasajero (lo ve un operador apartado de la zona de control y lo ve con la cara difuminada, que conste). Pronto se discutirá en el resto de Europa, celosa de la intimidad y privacidad de sus habitantes. Estados Unidos cacheará y registrará exhaustivamente el equipaje de mano de todos los viajeros procedentes de catorce países considerados "peligrosos". Más de lo mismo: vulneración de los derechos del 99% de esos pasajeros, que no son terroristas ni nada que se le parezca. Y lo peor es que seguramente es imprescindible esta política.

Hay un aspecto que no tiene tanto que ver con las libertades como con la forma de vida. Se viaja en avión porque es rápido y derriba las distancias. Si va a ser tan difícil e incómodo y si para volar de Madrid a Londres (dos horas) hay que permanecer en el aeropuerto tres horas, la aviación comercial puede acabar hundiéndose.

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