JOSEPH Conrad tiene un relato -tan extraordinario como todos sus relatos- sobre un vendedor de linimento que hace naufragar un barco con el fin de cobrar el seguro. El tipo quiere reunir el dinero suficiente para lanzar una campaña publicitaria que le permita amasar una fortuna con su linimento (que no sirve para nada, aunque él sabe muy bien cómo engatusar a la gente). El relato, titulado El socio, fue publicado en 1910 (está traducido por la editorial andaluza El Olivo Azul), pero parece escrito ayer, como toda la obra de Conrad, y basta pensar en su novela El agente secreto, donde aparece el mejor retrato que se ha escrito nunca sobre los terroristas y quienes los manipulan y dirigen sus pasos. Hitchcock, por cierto, rodó la que quizá sea su mejor película con esa novela: la llamó Sabotaje y supo ver lo que Conrad insinuaba con gran sutileza: que el pobre Stevie, el retrasado mental usado por los terroristas para colocar la bomba, era en realidad el hijo y no el hermano menor de Winnie Verloc, la esposa del "agente secreto".

Me he acordado del relato de Conrad sobre el vendedor de linimento cuando he oído las noticias sobre las suspensiones de pagos de algunas de las más importantes constructoras españolas. Vamos a ver. Durante casi una década, los constructores ganaron muchísimo dinero, ya que vendían sus promociones a un valor muy superior a su valor de coste. Esto es incuestionable. Y entonces, si han ganado tanto dinero, ¿cómo es posible que ahora se declaren en suspensión de pagos? ¿Dónde está el dinero que han ganado durante una década de precios hinchados en un treinta o incluso en un cincuenta por ciento (y me estoy quedando corto)? Porque este dinero no se ha evaporado, o no es posible que se haya evaporado en tan poco tiempo. ¿Dónde está? ¿Quién lo tiene?

Me niego a creer que ese dinero esté en las inversiones que se han quedado a medio construir cuando se han agotado los créditos bancarios. No me lo creo. El ritmo de vida de algunos constructores era propio de un sultán de la Costa de los Piratas. Compraban equipos de fútbol, financiaban expediciones, se dedicaban a la filantropía, daban fiestas, exhibían su dinero. Pero aun así, es imposible que hayan gastado todo lo que ganaron (o si lo han hecho, deberían contarnos cómo lo han hecho: los escucharíamos embobados). O sea que no entiendo muy bien lo que pasa. O eran personajes con tan pocos escrúpulos como el vendedor de linimento del relato de Conrad, o si no es así, son personajes de las Mil y una noches que han sido capaces de derrochar fortunas colosales en un abrir y cerrar de ojos, tal vez con la ayuda del genio de los deseos de la lámpara maravillosa. En cualquier caso, alguien debería contar su historia.

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