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Lolailo

MARINA Gatell está estupenda. Tiene que interpretar a un hombre que se ha convertido en mujer, andando patizamba con los tacones y moviéndose con ademanes toscos, alejados de su escultural femineidad. Es una buena idea, traída de Argentina. La cabecera de Lalola es sencilla y simpática y sus capítulos son, por ahora, intensos y, hombre, también simpáticos para tratarse de una telenovela. Los arquetipos no pueden variar en un género que no admite graves experimentos. Pero Antena 3 ha promovido una novedad con el arranque de su nueva propuesta vespertina. El domingo estrenaba una versión "al grano" de la historia. Y ayer lunes, con una voz narradora, repetía la jugada, pero más detenida, con más detalles en la narración, y de paso con dos capítulos para intentar enganchar a la clientela. Endosar muchas entregas seguidas es un mal de los programadores actuales, como ha sucedido en Cuatro con Betty. Una sobredosis nunca es recomendable.

Lalola es el típico serial de oficina y relaciones personales. En lugar de una fea, como en la competencia, la chica es un crápula en cápsula femenina, que se dedica a la publicidad. A su alrededor gira la amiga incondicional, el traidor o el muchachito. Con eso hay ovillo para dos centenares de capítulos si la audiencia asiente.

Lalo, que se ha convertido en Lola, usa a las mujeres con fugacidad y desprecio, lo que le lleva a la perdición de un hechizo. El protagonista, como publicitario, es especialista "en historias cortas que dejen buen sabor de boca". La publicidad queda a la misma altura que el cancaneo. Lástima que Lalola, que sería una magnífica miniserie, sea una historia colgada en la parrilla en una ristra interminable de episodios.

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