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ESTABA claro que Lorenzo Milá aceptó el honor de presentar el Telediario de las nueve de la noche por lo que se aceptan estas cosas. Por amistad. Por afectos. Por cierto compromiso. No por medrar. No por prestigio. A esas alturas de su carrera, cuando Fran Llorente le puso en la tesitura de presentar el buque insignia de la información en la televisión pública, Lorenzo Milá ya era un referente.

Y era la pública la que necesitaba a Milá, y no Milá el que necesitara a la pública. Habían pasado veinte años desde que se hiciera cargo del debate juvenil Al grano en La 2, donde luego sentaría cátedra al frente de unas noticias diferentes, narradas con un chaleco de andar por casa. Pero el equipo primigenio de La 2 Noticias, ese que durante tanto tiempo flirteó con la clandestinidad primero a las ocho de la tarde y después en un horario más vistoso, se vio de la noche a la mañana al frente de los servicios informativos de la casa, y Fran pasó de tener a una decena de colaboradores a los que coordinar a regir los destinos de mil quinientos trabajadores de la plantilla.

Necesitaba a Milá. Lo necesitaba para que llevar a buen puerto su proyecto. Para que los Telediarios recuperasen la credibilidad perdida. Y aunque él se mostró renuente, aceptó. Por un tiempo. Pero esa etapa concluye.

Lorenzo se va ahora con la satisfacción de haber contribuido al liderazgo de la cadena. En el debe, y eso no lo podemos soslayar, queda esa terrible entonación que se empeña en terminar todas las frases en punta. Encabalgando, incorrectamente, con la siguiente. Convirtiendo lo que no deja de ser un vicio, en modelos a seguir por otros. Desde Washington, con su familia, nos recordará con cariño.

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