Mal negocio

En la desesperación votamos al primer candidato que nos ofrezca lo que sea, sin pensar que esas ofertas son imposibles

Un amable señor que dice ser abogado me envía un correo electrónico desde la lejana República de Benin, que no sé muy bien dónde está. El hombre, en un inglés impecable, me comunica que un caballero español, cuyo nombre no puede comunicarme por razones de privacidad, ha sufrido un accidente en Benin y ha tenido la desgracia de fallecer. Por circunstancias de la vida, dicho caballero tenía depositada en un banco de Benin la cantidad de 7,5 millones de dólares. Y como se da la casualidad de que dicho caballero no tenía familia directa, ni parientes conocidos, ni siquiera amigos ni amantes ni mascotas de compañía a quienes pudiera dejar su herencia, ha decidido como abogado suyo contactar conmigo -al fin y al cabo un compatriota del fallecido- para hacerme entrega de esa hermosa cantidad. Lo único que tengo que hacer es enviarle dos mil dólares para que él pueda tramitar la herencia.

Por supuesto, se trata de una estafa ya muy antigua, y es tan inverosímil que es muy dudoso que alguien pueda picar. ¿Quién va a tener siete millones y medio de dólares en un banco de la República de Benin -dondequiera que esté Benin-, pudiéndolo tener como toda la gente importante en una bonita sociedad offshore en Panamá o en las Islas Caimán? Pero, aun así, la estafa se sigue llevando a cabo y en algunos casos tiene éxito. El año pasado cayó una red que había logrado ganar cinco millones de euros timando así. ¡Cinco millones!

¿Cómo es posible que haya gente tan ingenua? En principio, cualquiera de nosotros se cree a salvo de estas estafas. Pero quizá no deberíamos estar tan seguros. La codicia -igual que el amor y, sobre todo, el deseo- nos hace perder por completo las prevenciones lógicas, sobre todo en momentos de apuro económico y angustia existencial. Y en muchos casos nos dejamos arrastrar de la forma más estúpida por una promesa que en el fondo intuíamos imposible. En la política suele pasar lo mismo. Muchas veces, en los momentos de desesperación, votamos al primer candidato que nos ofrezca lo que sea -trabajo, pensiones, una paga- sin pensar que esas ofertas son tan imposibles como esos 7,5 millones de dólares. Y los populismos de derechas e izquierdas actúan de forma muy parecida: ofrecen el oro y el moro para engatusar a los más enfadados o más desgraciados. Pero que nadie se engañe: no hay herencias perdidas en Benin.

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