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Carlos Colón

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DESDE que se inició la masificación del turismo a mediados del pasado siglo -saludable muestra del acceso de las mayorías a lo que antes era un privilegio de las minorías- se fue consciente de que, además de los bienes culturales, sociales y económicos que procuraba, también generaba daños colaterales. Desde los años 60 se sucedieron las iniciativas para rentabilizar los bienes y evitar los daños que el turismo procura, ya que la coincidencia de la masificación con la explotación poco escrupulosa estaba empezando a dañar seriamente los espacios naturales y las ciudades históricas.

Así la Conferencia de la Naciones Unidas sobre el Turismo y los Viajes Internacionales (1963); la fundación ese mismo año de Europa Nostra, Federación Internacional de las Asociaciones no Gubernamentales para la Protección del Patrimonio Cultural y Natural de Europa; la adopción en la XII Conferencia General de la UNESCO (1964) de una resolución sobre la conservación de los monumentos en relación con el turismo; la creación (1965) del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios Históricos (ICOMOS), que adoptó la Carta Internacional sobre la Conservación y Restauración de los Monumentos y los Sitios Histórico-Artísticos (en 1975 ICOMOS adoptará las Resoluciones de Brujas sobre conservación de pequeñas ciudades históricas, valorando el turismo como "medio legítimo para la revitalización económica de estas ciudades" pero también como "impacto negativo en su estructura e imagen urbana"); el documento "La conservación de los monumentos y otros bienes culturales asociada al desarrollo del turismo" de la UNESCO (1966); la adopción por la UNESCO del Convenio para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural (1972); la creación de la Organización Mundial del Turismo (1975), que tiene entre sus fines la protección del medio ambiente y el patrimonio en los destinos turísticos; la adopción por el Consejo de Europa, ese mismo año, de la Carta Europea del Patrimonio Arquitectónico; el Seminario Internacional sobre Turismo y Humanismo Contemporáneo (Bruselas, 1976); o la Declaración de Manila sobre el Turismo Mundial (1980).

En este documento se advertía: "El turismo es una actividad ambivalente, dado que puede aportar grandes ventajas en el ámbito socioeconómico y cultural, mientras que al mismo tiempo contribuye a la degradación medioambiental y a la pérdida de la identidad local". 28 años y muchos otros documentos después esta degradación y pérdida de identidad está devastando Sevilla, cuyo centro histórico se convierte día tras día en un basto y grosero parque temático. Continuará.

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