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PASA LA VIDA

Juan Luis / Pavón

Mercadillos infames

LA sociedad sevillana es muy condescendiente con la venta fraudulenta en calles y descampados. No sólo respecto al comercio alegal, sino también con el que ofrece mercancía robada. La ciudad rezuma siglos de picaresca y considera a la Hacienda local un enemigo al que burlar porque le atribuye la misma condición de pícaro. Por eso hay ciudadanos que alcanzan los cargos de poder político y consideran conveniente tolerar, o incluso favorecer con disimulo, ese paisaje de la ilegalidad consentida. Estiman que es una vía de encauzar a los segmentos de población que bordean la marginalidad. O al menos un paliativo para que no se vean abocados a ganarse los cuartos percutiendo contra las personas respetables mediante la delincuencia agresiva. Tal que apáñatelas como puedas mientras no te vea y no te pases de la raya para que las gentes de orden no me saquen los colores. A lo largo de la Historia ha habido intentos reformistas para que la cultura del mercadillo se asemejara más a la presentable y fiscalizada de los burgos centroeuropeos que a la atrabiliaria y desvergonzada de los territorios semidesérticos con Estado fallido. Buenas intenciones que muchas veces han sido derrotadas por la fuerte resistencia a la normalización y por la errónea coartada de tradición que se les otorga para justificar la permisividad.

El Ayuntamiento de Zoido y su mayoría absoluta haría una gran contribución a la ciudad si suprimiera el actual mercadillo del Jueves en la calle Feria. Deplorable exhibición del lumpen que se ha adueñado de la cita. La autoridad no ha de tener miedo al qué dirán. A nadie se le ocurre ahora reivindicar el dominical mercadillo de la Alameda, porque sufrió el mismo proceso de degradación. En el del Charco de la Pava está sucediendo lo mismo.

La Gerencia de Urbanismo recibe presiones para permitir de nuevo el mercadillo de animales en la Alfalfa. Cometería un grave error y conduciría a la ciudad a una lamentable involución. Las penurias acrecentadas por la crisis no pueden servir de excusa para alentar un negocio como ése, plagado de sanciones por parte de las autoridades encargadas de velar por el origen y trato a los animales.

No hay más que dos opciones para el Gobierno de la ciudad en lo concerniente a la venta ambulante: apoyar a los comerciantes honestos (también los hay entre los nómadas de furgoneta) y propender a la organización de mercadillos de calidad, como el que se pretende de artesanos en el Muelle de Nueva York, además de favorecer las iniciativas al aire libre, que hermanan la actividad comercial con la cultura y la gastronomía, ya celebradas en la Alfalfa (Soho Benita), Regina, Los Bermejales, Francos, etcétera, o propiciar tinglados que sean una cutre e infame viña sin vallado. Esa es la disyuntiva, y en función del patrón decretado, los desestructurados se integrarán en las formas decorosas de hacer negocio, o los legales se hundirán y optarán por la economía sumergida. Preguntando, que es gerundio: ¿adónde quiere encaminarse Sevilla, hacia el Camden Town de Londres, los bouquinistes de París y los mercadillos de las plazas de Brujas, o hacia el desmadre de los clanes que dan miedo?

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