AHORA que ya estamos en cuartos de final y que la cosa parece estar encarrilada, Serbia mediante, no estaría mal reflexionar por aquí sobre la batalla perdida del baloncesto FIBA frente a la NBA. La liga americana, definitivamente, ha ganado la partida y ha impedido que los mejores jugadores de baloncesto del planeta representen a sus países en la más prestigiosa competición de ese deporte: el Mundial.

Esta decisión, impuesta por el negociado de David Stern, aceptada sin rechistar por los mandamases de la Federación Internacional y escondida sin disimulo por cada una de las federaciones nacionales, no hace sino perjudicar al propio baloncesto y a su futuro como deporte. Muchos argumentarán que lo importante son los Juegos Olímpicos y que hay Europeos cada dos años, pero eso no puede ser excusa para que haya que admitir un Mundial desnaturalizado como el que se está celebrando en Turquía. Una competición en la que participan el equipo B de Estados Unidos y el resto de selecciones sin sus grandes estrellas.

Otros aluden al cansancio físico que arrastran los jugadores, unos más que otros por lo que parece. A este respecto, y en el caso de nuestra selección, sólo decir que Pau Gasol jugó esta temporada 65 partidos, el último de ellos el 17 de junio. Xavi, por su parte, jugó 48, 17 menos, y apenas ha tenido 20 días de vacaciones. Éste jugó el Mundial con España; Pau Gasol, no.

Lejos de todo esto está la critica al jugador, trabajador sujeto a un contrato firmado voluntariamente. La crítica debe redundar en las federaciones, internacional y nacionales. Mientras no sean capaces de afrontar el problema, mientras sigan escondiendo la cabeza en excusas como el cansancio sin hablar claramente del verdadero motivo, el negocio, seguiremos viviendo Mundiales desnaturalizados como éste y el baloncesto como deporte aumentará su descrédito hasta que llegue un día, quizá, en el que sólo se puedan meter canastas en la NBA.