VAYAN buscando un hueco en su agenda para ir al Museo de Bellas Artes en día y hora desacostumbrados, con el fin de ver sin colas la exposición El joven Murillo. El contador de visitantes se activa hoy en una pinacoteca deseosa de batir la plusmarca cosechada el pasado mes de enero por la colección de la Casa de Alba: 155.000 espectadores, que a su vez superó la cifra generada por la exposición de Sorolla: 132.000. En el mercado de las estadísticas, el rey es Velázquez, que al reclamo de su nombre hizo desfilar a 250.000 personas en 1999 por el Monasterio de la Cartuja para contemplar los cuadros de su etapa sevillana, en el cuarto centenario de su nacimiento.

La sensacional muestra del talento artístico de Murillo desde temprana edad debe tener también otra virtualidad favorable: ser el arranque y el acicate de un proyecto cultural Murillo 2017, fecha del cuarto centenario de su nacimiento. Lo mejor del caso es que la idea no emana de los despachos políticos, sino de los ciudadanos. En 2009, la asociación Velázquez por Sevilla formalizó ante notario la existencia de su proyecto Murillo 2017, que ofrece al consenso de toda la ciudad. Un proyecto global que incluye desde una magna exposición (en coproducción con uno o dos de los grandes museos del mundo, para convertirla también en Nueva York o Londres en una excepcional embajada cultural de Sevilla) a la divulgación de su legado en todos los barrios.

Tal como está el patio de la estrechez presupuestaria y la lentitud de las inversiones culturales en Sevilla, el horizonte marcado por esta asociación puede servir a la Junta de Andalucía para coger oxígeno y fijar en 2017 la reapertura del Palacio de Monsalves como segundo edificio del Museo de Bellas Artes. Ojalá el cortoplacismo preelectoral de quienes manejan el poder político no congele un proyecto que hay que poner ya en marcha. Para una operación de este calibre, en las ciudades donde se gestiona bien, siete años es un plazo apurado.