NO es Pablo Iglesias ningún tonto, ni tampoco ingenuo. Para ingenuo Pedro Sánchez, que anda llorando por las esquinas denunciando que el líder de Podemos es un traidor y que le ha engañado durante las negociaciones. ¿Cómo es posible que ninguno de los muchos asesores del secretario general socialista le aconseje que abandone de una vez esa cantinela, que cuando más insista en el engaño más se afianza la idea de que él, Sánchez, no sabe detectar al que se mueve falsamente en el mundo de la política y cae en las trampas que le tienden los que son más avezados que él?

Albert Rivera, que ha cometido errores graves en los últimos meses, sin embargo nunca creyó las bondades de Iglesias, no se dejó tentar por sus cantos de sirena. Y mucho menos Rajoy, aunque el líder de Podemos nunca trató de convencer de nada al presidente de Gobierno en funciones, porque sabía cómo pensaba y porque además no compartían ni un solo punto de coincidencia, excepto la capacidad de los dos de hablar de todo, y en buen tono, dejando de lado el discurso político.

Estábamos con Pablo Iglesias. Un personaje que se mueve entre la demagogia y el populismo exacerbado, admira el chavismo -no se apea aunque Maduro está llevando a Venezuela a la catástrofe- y no le duelen prendas en afirmar que Otegi es un hombre que busca la paz. No puede estar más equivocado Pablo Iglesias y no puede provocar más rechazo que defienda lo que defiende, con escaso respeto a las libertades individuales y colectivas, poniendo en práctica algunos de los peores modos de lo que él llama casta -nepotismo, dineros de dudosa procedencia, oscurantismo en las finanzas- y con unas propuestas programáticas que conducen indefectiblemente a la ruina al país que las ponga en práctica.

Sin embargo ahí está, ha dejado a Sánchez maltrecho después de verse ya en la Presidencia del Gobierno, y ahora lanza requiebros a Alberto Garzón para acordar listas conjuntas. Que es probable que lo consigan, lo que provocará que el PSOE entre en una situación agónica, aunque Sánchez afirma que no teme a esa posible convergencia. No tiene más remedio que decirlo pero seguro que la camisa no le llega al cuerpo, aunque en su reunión de ayer con su grupo parlamentario recurrió una vez más al discurso triunfalista. Les dijo que ha cumplido con lo que decía, que no sería presidente a cualquier precio. Por desgracia, lo ocurrido en las últimas semanas hace pensar lo contrario, y que fue Rivera quien le paró los pies en el último momento.

Mientras, a su izquierda, Pablo Iglesias se deshace de quien le cuestiona la estrategia, contenta a la militancia dándoles protagonismo, suma siglas y pisa cada vez con más fuerza. Cuidado con él, porque va a por todas. Para desgracia de la gente sensata, la que busca referentes políticos sólidos que busquen lo mejor para España.

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