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CINCO años después de su cierre al culto tras el desprendimiento de una piedra desde la bóveda, la iglesia del Salvador ha sido reabierta con un luminoso y recuperado esplendor tras una modélica restauración en la que se han invertido 12 millones de euros. Con ser importante la noticia, más lo es el simbolismo que emana de una recuperación de la que ha sido partícipe y protagonista todo el pueblo de Sevilla, tanto por su contribución económica en la medida de sus posibilidades como por haber obligado a las administraciones a sumarse a la iniciativa para no quedar en evidencia ante la opinión pública. La iglesia del Salvador podría haber seguido el destino de otros templos que estuvieron o aún están cerrados (ahí tenemos el ejemplo de Santa Catalina para recordárnoslo) durante años. Si no siguió ese destino fue porque desde la sociedad civil surgió un movimiento que apeló al orgullo de los sevillanos para, bajo el lema Todos con el Salvador, suplir la inhibición de los organismos encargados de velar por la conservación de nuestro patrimonio. Muchas veces se ha dicho que si Sevilla pusiera en la consecución de otras metas el mismo entusiasmo y esfuerzo que pone en la organización de sus deslumbrantes fiestas mayores (la Feria, la Semana Santa), la ciudad y su provincia no ocuparían el puesto que ocupan en muchas de las estadísticas centradas en el desarrollo socioeconómico, porque parece como si toda su capacidad se orientara y agotara en el mundo festivo. La capital de Andalucía necesita demostrarse a sí misma que puede canalizar sus fuerzas hacia otros objetivos cuando los aborda de la misma forma ilusionante con que ha abordado la recuperación del Salvador, en una demostración colectiva y unitaria. Ésa es la gran significación de la reapertura del templo: una exhibición del orgullo sevillano frente a la apatía que suele achacarse a la ciudad. Y ahora que el objetivo se ha logrado, Sevilla no debe caer de nuevo en la complacencia: ha de plantearse nuevos retos y desafíos con similar movilización desde el seno de la sociedad civil. El espíritu del Salvador no puede ser sólo flor de un día.

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