TRAS la sobredosis de sensibilidad vivida antier noche en Nervión, después de que sobrevolara la vertical del estadio el espíritu de tres héroes jóvenes desaparecidos, el Sevilla se dispone a otro gesto que le honra. Para el miércoles se ha fijado la entrega de un nuevo dorsal de leyenda. Arza, Busto, Achucarro y Valero ya tienen otro compañero en tan honroso escalafón de ser leyenda de su club y es el formidable Paco Gallego.

En la noche de ese 20-N se revivirán en el antepalco del Sánchez Pizjuán vivencias que no por repetidas son menos esperadas. El Sevilla que dirige José María del Nido se caracteriza por el sitio que le da al pasado y, sobre todo, a los que lo escribieron. Repetiré una vez más que lustrando el pasado se abrillanta el presente y se cimenta el futuro. Con esta honra a otro veterano ilustre, el Sevilla reafirma ese modelo de vida que tiene al buen gusto como hilo conductor.

Paco Gallego no vivió su esplendor como sevillista, pero de blanco se hizo un nombre en el fútbol español y de blanco le dijo adiós a la élite. Debutó con sólo diecisiete años en el primer equipo y cuando irrumpe como fuerza de la naturaleza desatada, Paco es considerado el heredero natural del gran Marcelo Campanal. La internacionalidad le llega en el Barça, donde jugó hasta que en 1975, verano del retorno del Sevilla a Primera, Eugenio Montes lo repesca para el Sevilla.

Paco, al que los amigos de juventud le llamábamos Paíto, es una institución en Can Barça y un futbolista de época en este Sevilla que tan bien reconoce a los que escribieron su historia centenaria. Tremendo por arriba y jerárquico como pocos a ras de hierba, Paco Gallego ha sido uno de los centrales grandes que tuvo España. Era, como pedía Di Stéfano, toro en rodeo propio y torazo en el ajeno. El miércoles entra oficialmente en esa leyenda que le acoge desde que se fue.