coge el dinero y corre

Fede / Durán

Palo Alto, California

TRES artículos dedica a España el New York Times en menos de dos semanas, y los tres son duros y directos: en uno habla de la miseria creciente de la población, en otro del opaco origen de la fortuna del Rey y en el más reciente del erróneo camino elegido por el Gobierno a instancias de Alemania para salir de la crisis. Ya conocen la letra: recortes en el gasto público y subidas de impuestos para controlar el déficit; una reforma laboral que abarata el despido y refuerza las prerrogativas del empresario, y otra financiera que de momento no ha permitido reactivar el crédito y dar cuerda a pymes y autónomos.

En 1933, la Alemania recién adquirida por Hitler y sus nacionalsocialistas sumaba 60 millones de habitantes y seis millones de parados. Hoy, con 47 millones de almas, España roza esa misma cifra de desempleo. Luego las medidas adoptadas desde Madrid bajo prescripción berlinesa y con aval bruselense han empeorado la situación heredada del Ejecutivo anterior. El problema conceptual de la reforma de Rajoy reside en que facilita el despido pero no estimula, en el contexto actual, la contratación. Los patronos que rozan la quiebra intentan sobrevivir al defecto de producción simplemente soltando lastre. Una economía con exceso de capacidad instalada no contrata.

¿Se imaginan cerrar el año cumpliendo el objetivo del 6,3% de déficit cuando la Administración central ya ha rebasado el tope previsto para el cierre del ejercicio? No, ¿verdad? Sin ingresos tributarios normalizados, cuadrar las cuentas es imposible. Y la normalización nace, principalmente, del aumento de cotizantes, no de fantásticas estimaciones recaudatorias basadas en el endurecimiento del IVA o la persecución del fraude fiscal. La única vía del agua que se puede pero no se quiere tapar es la del tamaño y eficacia del Estado en su triple vía competencial (Madrid-CCAA-entes locales) y en su compleja estructura vertical (duplicidades, excedentes, ociosidades).

Lo siniestro del recorte obsesivo, fruto de la disciplina fiscal, es que impide explorar recetas de estímulo. Sólo se gasta el dinero que se tiene, y nadie tiene nada. Un país donde los bancos no prestan y las administraciones no pagan sus deudas es un país quebrado. Al menos mientras no opte por la presunta huida hacia delante que supone aumentar la deuda. Es lo que hace Estados Unidos (y lo que sugieren a Europa sus pensadores de centroizquierda), y de momento no le pasa factura: el dólar es un valor endiosado y los USA se financian sin problemas en los mercados, mientras que España le suma alrededor de un 6% al interés que paga ordinariamente Alemania (cuando paga, porque a veces presta en negativo) por captar recursos.

España necesita, asimismo, la simbiosis de un sector privado que no existe en el ámbito que se cita: firmas como Apple, gigantes que con cada lanzamiento reactivan el consumo. Es lo que está ocurriendo con el iPhone 5: se compra en EEUU, sí, pero también en el resto del planeta, y el flujo generado con las ventas aterriza en Palo Alto, California, garantiza puestos de trabajo, mantiene en forma el músculo de los intercambios comerciales y estimula nuevas inversiones.

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