La esquina

josé / aguilar

El Papa contra la pederastia

EL papa Francisco se ha reunido con el presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe -durante siglos, el Santo Oficio-, pero no para que excomulgue disidentes ni condene doctrinas heterodoxas, sino para limpiar la Iglesia católica de una suciedad que la persigue desde hace mucho tiempo: los abusos sexuales de menores por parte de sacerdotes. La calificación no es mía. Suciedad e inmundicia es como llamó a estas prácticas el Papa emérito, Benedicto XVI, antes de ser emérito, cuando estaba en pleno uso de sus atributos pontificales.

"Tolerancia cero" dictó Ratzinger, el primero que se tomó en serio el combate contra la pederastia en el seno de su Iglesia. Hay que reconocer que se avanzó mucho en la represión de esta suciedad, pero Benedicto XVI no siempre fue obedecido por los obispos que estaban bajo su mando. Con esta instrucción al ex Santo Oficio el primer Papa latinoamericano ha pasado de los gestos de sus primeros días a las decisiones rotundas sobre un problema de cuya gravedad y efectos demoledores en la credibilidad y dignidad de esta confesión religiosa no hace falta debatir mucho.

Quiere Francisco que la Iglesia-institución actúe con decisión para erradicar las agresiones de curas y obispos a chicos y chicas menores de edad y que -tal vez lo más importante- los culpables sean juzgados por los tribunales civiles. Porque lo más descorazonador no es que haya entre los sacerdotes manzanas podridas -en cualquier colectivo las hay- capaces de abusar de niños y adolescentes prevaliéndose de su autoridad moral sobre las víctimas y de la inocencia de éstas, sino que durante décadas, por no remontarnos más, estas vejaciones han sido sepultadas por las autoridades eclesiásticas bajo un manto de silencio. A lo más que han llegado muchos obispos y superiores de órdenes religiosas ha sido, cuando el escándalo se hacía inocultable, a trasladar al abusador a otra parroquia, convento o diócesis , con lo que lograban la ocultación hipócrita de la maldad... y su reproducción en otros lugares. Nuevas víctimas después de no haber ayudado ni resarcido a las víctimas anteriores. Por miles, y en muchos países.

Y, a todo esto, sin asumir la consecuencia más evidente de estos casos: la necesidad de que los pederastas sean sometidos a la Justicia de los hombres. Porque estos actos de violencia son delitos en todos los códigos penales conocidos. Sus autores han quedado impunes en el nombre de Dios.

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