La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Y Pastora maldijo el bronce

Al final de la Alameda, mantón de manila, brazos en jarra, Pastora maldecía el bronce que la apresaba

Vi la Sentencia de Correduría a Trajano, galleando por la Alameda con esa suprema elegancia popular y esa seria alegría macarena que León y Loreto imprimieron al paso de misterio que, junto al del Desprecio de Herodes, son los barcos que mejor andan de Sevilla. Cosas de la calle Feria. A la Esperanza la vi por primera vez, llegando a Omnium Sanctorum, por el frente del manto de este palio sin trasera que Juan Manuel creó para esta Virgen sin espalda, la misma siempre, se vea a esta bella perla de San Gil de espalda, de frente o de perfil. Refulgía, brillaba, deslumbraba, resplandecía parada en Feria. Era esa brisa que quema y no arde de la insuperable poesía macarena de Juan Sierra.

El mundo era oro, verde y fuego. Los candelabros de cola como lucernas, el calado de las caídas de palio como lucernarios por los que se escapaba la luz cegadora de la candelería, el rojo del techo de palio como un latido de corazón macareno, la corona transparente brillando como si aún fuera oro fundido en el crisol de la joyería Reyes… ¡Y el manto de tisú! El último beso que Juan Manuel ofrendó a su Esperanza, la oración bordada con la que se encomendó a Ella ocho meses antes de morir: lo estrenó el 26 de marzo de 1930 y el 29 de noviembre le entregaba ya del todo y para siempre su alma el hombre que diseñó una cofradía entera como un altar para la Macarena, el genio que creó un mundo para que en él viviera y refulgiera la Esperanza, el único mortal que supo darle en esta tierra el Cielo del que don Antonio nos dijo que los ángeles la bajaron para dejarla en Sevilla.

El manto de tisú brillando, tan dulce y suavemente, en calle Feria. Oro verde manzana. La llevé, o más bien me llevó, desde allí hasta los jesuitas de Trajano. Buscando siempre su perfil sin poder resistirme a perderlo y dejarla ir para ser arrastrado por Ella, sin voluntad propia, sin poder hacer otra cosa ni imaginarme que pudiera existir otro sitio en el que estar. En la Alameda de José y Rafael, de Chicuelo y Caracol, de Realito y Antonio Ruiz Soler, Campanilleros. Pasaba la Macarena al pie de las columnas que se enlutaron con crespones negros el 19 de mayo de 1920, sonaba la marcha que Farfán compuso cuatro años después. Y sentí como al final de la Alameda, mantón de manila, brazos en jarra, sabiendo cerrados y muertos los balcones de Las Siete Puertas y Las Maravillas, Pastora maldecía el bronce que la apresaba.

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