El análisis

Rafael / Salgueiro / Profesor De La Universidad / De Sevilla

Perspectivas del petróleo

El éxito de los biocarburantes sólo será posible si se mantiene el apoyo público, se avanza en la investigación y se cuenta con la contribución activa de la industria de combustibles tradicionales

LA combinación de los términos petróleo, máximo e histórico ofrecía el jueves 2,2 millones de entradas en Google, reflejo de una de las expresiones más frecuentes de los últimos meses, caracterizados por una escalada continua de los precios del crudo. Efectivamente, estamos en máximos, ya que el precio más elevado en la crisis de los años 70 y primeros 80 fue equivalente a los 90 euros de 2006. Pero, a diferencia de entonces, las subidas desde 2002 no impidieron un intenso crecimiento económico mundial ni se tradujeron en inflación. Hasta ahora.

Parece constatarse que el crecimiento económico y la demanda de crudo son más resistentes a los altos precios del petróleo de lo que se había pensado, aunque hay factores diferenciales respecto a las crisis del petróleo de los años 70 y primeros 80. Según el análisis de la OPEP, ello se debe a la reducción de la relación petróleo/PIB, a que la elevación de precios está causada por el crecimiento de la demanda y no por restricciones en la oferta, y a que han repuntado a lo largo de varios años, mientras que entre 1973 y 1974 el precio se multiplicó por 3,5 y por 20 a lo largo de la década.

Hacia el futuro, la OPEP cree que se va a producir un continuo crecimiento del consumo. Entre 2005 y 2030, el consumo diario se elevará en 34,3 millones de barriles (actualmente es de 85 millones), de los cuales unos 29 corresponderían a los países emergentes de Asia, suponiendo que se mantengan todavía unas diferencias sustanciales respecto al consumo per cápita de los países desarrollados.

¿Cómo se atenderá esta demanda? Según la OPEP, los recursos convencionales serán más que suficientes y el BP Statistical Review muestra que, a pesar del intenso crecimiento del consumo, el volumen de reservas probadas no ha dejado de aumentar: 667.000 millones de barriles en 1980 y 1,2 billones en 2006. Pero hay un pequeño inconveniente: más del 75% de las reservas pertenece a empresas estatales, que no se caracterizan por realizar siempre las inversiones necesarias para aprovecharlas.

Además, en los últimos años se han incorporado recursos no convencionales de gran volumen, como las arenas petrolíferas de Canadá. Sus reservas probadas son 163.000 millones de barriles (60% de las de Arabia Saudita), rentables a precios superiores a 30 dólares por barril. Y se estima que ese recurso es sólo una fracción de unas reservas geológicas nueve veces superiores.

Así pues, los altos precios no parecen descontar la finitud de las reservas o su agotamiento en los próximos 40 años -los precios elevados amplían las reservas explotables-, ni tampoco son reflejo de los costes de producción. Mas bien tenderán a la baja -no a corto plazo y siempre que la OPEP no restrinja la oferta-, a medida que se pongan en operación nuevas reservas y, desde luego, a medida que crezca la capacidad de refino, una de las grandes restricciones actuales.

Todo este panorama prolonga el uso del gran regalo que ha recibido nuestra civilización: una energía fósil abundante y barata, sobre la que hemos construido un extraordinario desarrollo material, del que cada vez se beneficia un mayor número de personas.

Pero no por esta disponibilidad sería sensato reducir el esfuerzo en el desarrollo de fuentes energéticas alternativas. La comunidad internacional ha decidido que las emisiones de gases de efecto invernadero son la principal amenaza para el futuro de la humanidad y que la acción para atenuar el ritmo del cambio climático es una prioridad política de primer orden. Sin embargo, los objetivos que nos hemos marcado no podrán ser alcanzados restringiendo sólo las emisiones de carbono en determinados sectores regulados, generando electricidad con fuentes renovables o ampliando la capacidad nuclear. El gran problema es el transporte, que en España supone el 37,5% del consumo de energía final.

Hemos desarrollado un sistema productivo intensamente usuario del transporte, sin alternativa imaginable. La demanda de transporte de mercancías y la movilidad motorizada de las personas continuará creciendo intensamente en las décadas próximas en todo el mundo, por lo que es necesario desarrollar formas de energía que reduzcan de modo efectivo la dependencia del petróleo en este ámbito.

Entre las opciones más prometedoras se encuentran los biocombustibles, objeto ya de estímulos en Europa, EEUU y Brasil. Y objeto también de críticas de todo tipo, hasta ahora relacionadas con su eficiencia energética y su coste relativo, a las que se ha sumado el alza de los precios de los alimentos y el cambio de orientación de algunas superficies de cultivo.

En mi opinión, poco influyen por ahora los biocombustibles en la disponibilidad y en los precios de los alimentos. Y menos deberían hacerlo en el futuro, si avanzamos con rapidez hacia los biocombustibles de segunda generación -resultantes del aprovechamiento de biomasa y de residuos de la industria alimentaria, entre otras fuentes-, combinados con el aprovechamiento de cultivos energéticos específicos en las tierras adecuadas para ello. Pero el éxito sólo será posible si se mantiene el apoyo público durante el tiempo adecuado, si se avanza en la investigación y, desde luego, si se cuenta con la contribución activa de la industria de combustibles convencionales.

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