QUÉ distingue a un buen episodio piloto de uno malo? ¿Es determinante para una serie contar con un arranque espectacular que enganche a la audiencia, o mejor ir paso a paso, sin prisa pero sin pausa, hasta el clímax final? Los archivos de las cadenas están llenos de series que comenzaron de forma extraordinaria pero tuvieron una vida más corta que la de una mariposa, y en cambio hay productos que maduran en la cabeza del espectador sin someterlo a un tratamiento de choque inicial.

Quizás todo se resuma en la frase de David Simon, el maestro creador de The Wire y Treme: "Que se joda el espectador medio". Con la eclosión digital y la enorme competencia de las cadenas de pago en EEUU -guerra entre HBO, AMC y Showtime tiene millones de beneficiarios colaterales-, cada vez resulta más difícil para las generalistas producir una serie que capte a todos los públicos. El espectador es cada vez más impaciente, cada vez está más acostumbrado a la incorrección política y ha empezado a desarrollar alergia al almíbar. Así que la línea que separa una serie para toda la familia y un producto imbécil para esos "tontos tontísimos" a los que se refiere Simon cada vez es más pequeña y evidente.

Es lo que le ha ocurrido al piloto de No ordinary Family (foto), el producto de la ABC sobre una familia de superhéroes inspirado en Los Increíbles de Pixar -eso sí que es ponerse el listón alto-. El primer capítulo, emitido el martes pero difundido por internet semanas antes, es de una ñoñería insultante, indigno de gente del talento de Michael Chiklis o Julie Benz. A otras series nuevas, como The Event, una de las apuestas de la NBC, le puede ocurrir como a Ícaro: el piloto vuelta tan alto que corre serios riesgos de estrellarse en siguientes capítulos -y no desvelo nada-. Es candidata a sufrir el síndrome Flashforward, empezar genial, acostumbrar a la audiencia a la adrenalina y luego no cumplir el compromiso de aportarla cada semana. Es una de las producciones que aspiran esta temporada a rellenar el enorme nicho de mercado sin dueño tras el fin de Perdidos. Sin embargo, será muy difícil que una sola serie ocupe ese hueco, porque la audiencia cada vez está más fragmentada. La muy exigente y lenta Rubicon no es una de ellas, es para minorías, aunque es evidente que hablamos de un producto marca de la casa AMC: calidad a raudales. En cambio, su hermana Breaking Bad tiene un piloto espectacular, antológico con esos pantalones volando solos en medio de un desierto de Nuevo México, y ha logrado mantener la tensión narrativa y multiplicarla por cien durante sus tres temporadas. La magia y a la vez la miseria de la televisión, un producto de ficción con vida propia y final incierto, es precisamente ésa: las series nacen de la cabeza de su creador, pero acaban perteneciendo a su audiencia.

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