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DISFRUTÉ el Rock in Río, y mucho, gracias a los comentarios de Toni Garrido, que convirtió en fenómeno televisivo lo que, transmitido de otro modo, habría quedado en frío y distante macroconcierto idéntico a otros mil. Ciento cincuenta profesionales había desplazado TVE a Arganda del Rey. Ciento cincuenta. Tantos como viajan a Pekín. Lo que demuestra que la Corporación tiene presupuesto para lo que quiere. La baja cuota de pantalla de sus cinco entregas no justifica fines comerciales, desde luego. Y sin embargo ya han anunciado que en 2010 volverá a ser la cadena patrocinadora del evento.

Pues bien, la labor de esos ciento cincuenta profesionales, sin Toni Garrido, no habría tenido lustre. La voz del comunicador iluminó cada rincón, cada entreacto, y haciendo fácil lo difícil, impidió que muchos espectadores migraran abrumados por la maratón. Al final, sin acusar ni el más mínimo resquicio de cansancio, mientras Lenny Kravitz se hacía de rogar, Garrido se refería a los jóvenes que vibraban junto a las vallas de seguridad, con la ironía y el sarcasmo por bandera: "Ay, que en 2010 no tendrán fuerzas para levantar los brazos. Y todos tendremos canas. Dónde estaremos para entonces".

El final de Rock in Río coincidió con la emisión de Dutifrí en Tele 5. Sardá visitó Edimburgo acompañado de Santiago Segura. Los dos lucían falda escocesa. E incluso escenificaron un gag tipo Benny Hill en un campo de golf. Viéndoles me preguntaba si las eternas promesas como Toni Garrido terminarían, veinte años después, como el veterano Javier Sardá. Juanjo Millás inauguró en la Complutense el curso De promesas a consagrados. Para el espectador, casi siempre es más gozoso vibrar con la joven promesa que con el consagrado que, casi sin quererlo, empieza a ir de sobrado. El domingo por la noche vimos dos ejemplos de ello.

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