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LA semana pasada, como todos los finales de enero, se reunieron en la sala de proyecciones de la Academia de la calle Zurbano los cuatro directores nominados al Goya a la mejor dirección novel, Chapero Jackson, Kike Maíllo, Paula Ortiz y Paco Arango. Para hablar de cine. Largo y tendido. De dificultades y agobios pero también de retos superados y de anécdotas vividas a lo largo del camino. El jueves pasado, en el mismo espacio, el Goya de Honor, Josefina Molina, charló en compañía de varios amigos del cine, también largo y tendido. Desde luego que en la tertulia no resolvieron los problemas que habitan el mundo, pero sí iluminaron con su mirada inteligente e ilustraron con sus anécdotas varias una mediocre tarde de invierno. Desde hace un par de semanas esa pareja de Animalarios que son Alberto San Juan y Guillermo Toledo representan en la sala pequeña de las Naves del Matadero una versión muy particular del Montaplatos de Harold Pinter. Y en el escenario del Teatro Español profesionales como Vicky Peña, Carlos Hipólito, Ángel Ruiz ensayan desde hace un mes los 22 números del musical Follies.

A uno le gustaría ver a todas esas gentes en televisión charlando sobre sus cosas. Sin prisas. De la misma manera que en otros canales, con calma chicha, hablan de la nada mientras meriendan y en otros aparecen carreras de perritos de nieve que se llaman Pirena y en otros se emiten series y culebrones que huelen a naftalina. Resulta que tenemos un canal cultural que emite 24 horas diarias, pero que no es capaz de dar ni una hora diaria de revista cultural en vena. Que no sea en píldoras. Que no sea atemporal. Ya sé que los programas de plató pasaron a la historia. Pero que salgan las cámaras. Yo qué sé. Sólo pido una hora diaria. Llámenle magacine. Llámenle como quieran. Una hora.

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