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La tribuna

León Lasa

Reyes Magos, caramelos y tarjetas

REYES MAGOS. Nos encontramos, en estos días que preceden al Año Nuevo y que ya anuncian a los Reyes Magos, en el punto álgido de la vorágine navideña, de estas fiestas que tanto siguen representando para tantas personas. Siempre me ha parecido que el 31 de diciembre, equidistante prácticamente entre el 24 de diciembre y 5 de enero, supone el cénit orbital de esta singladura que nos transporta de un año a otro, cambiándonos de estación y anunciando el inicio de un nuevo ciclo y, sobre todo, de la conmemoración del Nacimiento. Para alguien que desde cualquier galaxia o constelación lejana pudiera leer nuestros periódicos y, además, observar el comportamiento de esta peculiar especie que se autodenomina racional -quizá un experimento que se les fue de las manos- no pocas informaciones le resultarían difícilmente comprensibles. Es probable que algunas de las palabras que más veces se resaltara en las ediciones digitales de los diarios o en las noticias que viajan por el éter fueran "crisis" o "solidaridad". Pero es muy posible que, confusos, discutieran sobre el significado que los terrícolas ibéricos daban a estos vocablos a la vista de: a) El estado de saturación de nuestras autovías, centros comerciales y lugares de esparcimiento; b) La constatación de que medio planeta seguía muriéndose de hambre mientras el otro medio, el de la "solidaridad", no dejaba de practicar todo tipo de dietas. Se percatarían, además, de que se ha dejado de hablar de los Objetivos del Milenio, eso que tan pomposamente se anunció cuando las vacas aún no enseñaban los costillares y que, a estas alturas, causa rubor reconocer que no se van a lograr.

Caramelos. No había reparado en los números, aunque sí en el exceso. Las cabalgatas de los Reyes Magos han ido creciendo desde bastantes años atrás en fastos y exuberancias. No estoy tan seguro de que también lo hayan hecho en la ilusión que generan a los más pequeños. En las ciudades y pueblos de Andalucía el peso de los caramelos que se arrojan desde las carrozas se contabiliza por toneladas: setenta allí, cuarenta aquí, cincuenta allá. Si dividimos esas cantidades entre el número de aproximado de asistentes, el cociente es desmedido. El punto de saturación de nuestros hijos ante tales muestras de esplendidez se mide en la cantidad de aquellos que, tras el paso del cortejo mágico, siguen en el suelo durante horas, durante días. No recuerdo que esas escenas ocurrieran en los años sesenta, setenta e incluso ochenta. Y me ha parecido un barómetro ajustado de los derroteros por los que andamos. Este año el número de caramelos arrojados por los Magos y su cortejo se va a reducir. Para facilitar, según se ha dicho, los trabajos de limpieza de las ciudades. Si para Steiner el símbolo de su época era la conservación cuidada del bosquecillo al que solía acudir Goethe dentro de un campo de concentración nazi, uno de los de la nuestra es ver alfombradas las calles de golosinas sin que los niños se inclinen a recogerlas. Si eso que se ha venido a denominar crisis tiene la profundidad que vaticinan, este año bastaría baldear las calles tras el paso de la cabalgata para dejarlas lustrosas y relucientes. ¿Cuántos caramelos quedarán sobre el asfalto?

Y tarjetas de crédito. El dinero no huele, decía el emperador romano. Y con el crédito, con las tarjetas de crédito, ese invento tan reciente que ha permitido la extensión generalizada del consumo conspicuo, ni siquiera duele. Con la invención (¿?) del crédito es posible que se haya socavado definitivamente la ética protestante, austera, que dio origen al capitalismo. Y es paradójico saber que el epicentro de ese capitalismo, y en su momento de la ética protestante, sea el país más endeudado del mundo. Inmediatamente detrás, según qué parámetros, nos situamos nosotros. En esta era del vacío que nos ha tocado vivir, la cuestión es que el exceso de consumo puede provocar una crisis de crédito, de endeudamiento, de impagos. Pero, a la vez, se nos anima a consumir, sean cuales sean las circunstancias, porque es necesario para que esto funcione. Valga una anécdota final. Hace unos cuantos años, varias organizaciones norteamericanas anticonsumistas (sea lo que sea) intentaron anunciar en televisión el Buy Nothing Day. Ninguna de las grandes cadenas se atrevió a emitir el anuncio, con la excepción de la CNN. Era, argumentaron, "subversivo y antipatriota". Como puede serlo también hipotecarse hasta las cejas comprando bienes o servicios made in China o Germany. Es fácil, en fin, estar de acuerdo con doctrinas económicas que concuerdan con nuestros prejuicios económicos. Lo difícil, probablemente, es tener alguno.

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