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Luis Carlos Peris

En Sarriá fue donde la realidad dio paso a la leyenda

BRASIL ha confirmado en esta Copa América una vez más que es sólo literatura. Literatura que nace en el estadio sueco de Rasunda en 1958 bajo la realidad de un equipo fabuloso formado por futbolistas de una magnitud inimaginable. Y esa literatura, que se rompe en los mundiales de Inglaterra, Alemania y Argentina, llega al culmen en México-70 a la voz de Pelé más concertinos tan sublimes como Gerson, Tostao, Clodoaldo y Rivelino.

Ése fue el último gran Brasil que campeonó para que el último grande que no alcanzó la gloria fuese el de España. Ese Brasil de Zico, Sócrates, Cerezo, Falçao, Junior y Eder es el último que jugó bajo la filosofía que lo mitificó. Aquella catástrofe para el fútbol que fue el trío de Paolo Rossi iba a ser el último grito de la canarinha que había enamorado al mundo. Aquella ambición de no guardar un resultado en el que hasta el empate le valía fue como su canto del cisne.

A partir de ahí y quizá por culpa de lo que ahí pasó, eso de seguir jugando sin mirar al marcador, sólo literatura y falsa. Brasil ganó dos taças mundiales más, pero nada de lo que pasó tuvo algo que ver con la leyenda, con una leyenda basada en lo auténtico y que fue desmoronándose a golpes de pizarra y ataques de entrenador. En USA-94 ganó como pudo perder y en Corea y Japón-2002 se hizo pentacampeona gracias a un hombre llamado Ronaldo Nazario da Lima.

Recuerdo cómo en el verano del 59 pasó por Nervión y por Heliópolis la inmensa mayoría de cuantos inauguraron la leyenda un año antes. Sólo faltaron a la cita Didí y Vavá, pero por la sencilla razón de que ya estaban en la Liga nuestra. Y aquello era magia, otra cosa, aunque casi todos los partidos -Botafogo y Corinthians en Nervión, Santos y Vasco en Heliópolis- acabasen en tangana. Era la magia con un balón de por medio, pero todo acabó en Sarriá, verano del 82.

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