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La ciudad y los días

Carlos Colón

Sentido común y sentido jurídico

Aveces hay que leer las noticias dos, tres y hasta cuatro veces para darles crédito. Esta, por ejemplo: "El Tribunal Supremo ha confirmado la condena a 23 años de prisión impuesta a un hombre por matar a su mujer y ha rechazado imponerle el alojamiento de sus dos hijos al estimar que les profesa afecto, pues tomó la precaución de retirar a los menores de la estancia donde cometió el crimen". Efectivamente: el asesino sacó a su hijo del dormitorio, en el que dormía junto a su madre, antes de golpearla con una figura de bronce y asestarle cuarenta cuchilladas. Después llamó a su hermana con el propósito, según dice la resolución, de "pedirle que fuera a recoger a los menores para evitar su presencia en un escenario tan dramático para ellos". Por esta razón el Supremo, estimando que profesa afecto a sus hijos, ha rechazado la petición de alejamiento.

Sólo los juristas, policías, psiquiatras y psicólogos pueden entrar en estos abruptos territorios de dolor y desolación con una cierta seguridad. Por eso no creo en los jurados populares. ¿Quién, que no tenga conocimientos específicos, es capaz de tomar decisiones que afecten a vidas ya tan irremediable y trágicamente afectadas por hechos tan terribles? Estas situaciones se producen por desgracia con trágica frecuencia y en lo cotidiano, en el ámbito más íntimo de vida: 74 mujeres fueron asesinadas en 2008 por sus parejas y hasta octubre de 2009, aun registrándose el mayor descenso de víctimas de los últimos siete años, lo han sido 49 (no: 50, porque mientras escribo dan noticia de un nuevo crimen). Pero al mismo tiempo estas tragedias exceden tan por completo lo que estamos acostumbrados a afrontar en nuestra vida cotidiana que difícilmente podemos mantener frente a ellas una actitud que no se vea afectada por las emociones. De ahí mi convicción de que sobre estas cuestiones deben opinar y actuar quienes estén preparados para hacerlo racional y eficazmente ante situaciones que se han descarrilado de los raíles de la razón.

Lo que no impide que para el sentido común de la común ciudadanía haya decisiones que, como ésta, sean difícilmente comprensibles. Si no imposibles por completo de comprenderse. Porque parece que el afecto que un padre siente hacia sus hijos le obliga, antes que a ninguna otra cosa, no ya a respetar a su madre con independencia de que se quieran o no se quieran, estén unidos o separados y tengan o no tengan otras parejas, sino antes que nada a no maltratarla y mucho menos a matarla, privándoles de su madre y haciéndoles cargar con el trauma de que el responsable sea su propio padre.

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