TIEMPO El último fin de semana de abril llega a Sevilla con lluvia

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Alto y claro

José Antonio Carrizosa

Soledades

NO dudo que quizás no estuvieran muy finos los organizadores de la conferencia que pronunció el jueves en Sevilla el vicepresidente Manuel Chaves a la hora de enviar invitaciones, pero lo cierto es que si por algo resaltó el acto fue por las clamorosas ausencias que evidenciaron cómo están las cosas en el socialismo andaluz. No es ya que faltaran el presidente de la Junta y la práctica totalidad de sus consejeros, es que ni tan siquiera hubo calor en la representación de la cúpula del partido en Andalucía. Daba la impresión de que había habido una consigna para dejar solo al vicepresidente del Gobierno y ex presidente de la Junta y evidenciar así el divorcio con su sucesor y el desmarque del actual equipo con todo lo que represente ese pasado tan cercano. Mal asunto para un partido que se enfrenta a una situación tan complicada y con un horizonte electoral tan lleno de incertidumbres. La soledad de Chaves el pasado jueves se unió a la del que es por definición el verso suelto -por decirlo con palabras suaves y amables- del socialismo sevillano. Alfredo Sánchez Monteseirín, alcalde en funciones descabalgado por el aparato de su partido, escuchó los que son posiblemente los más encendidos elogios que se le hacen en esta ciudad desde hace mucho tiempo. Y no anda sobrado el alcalde de elogios, precisamente. Una comparación con Felipe González en boca de un alto cargo del Gobierno de la nación debe ser algo así como la Legión de Honor o la Orden de Carlos III de los socialistas: gracias por los servicios prestados y adiós. Quizás un tanto a deshora, pero bueno será para hacerle al alcalde menos amargo el quinario que le queda hasta que allá por el verano ceda el sillón a su sucesor y busque nuevos aires todavía no se sabe dónde.

La escena de Chaves y Monteseirín en el hotel Alfonso XIII de Sevilla demuestra hasta qué punto la política es capaz de ignorar y menospreciar a los que hasta hace poco eran elogiados hasta la veneración y por los que se estaba dispuesto a los codazos que hicieran falta para conseguir una fotografía. Una lección que merece la pena ser tenida en cuenta porque en la política, como en la vida, los escenarios cambian antes de que uno se dé cuenta.

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