CUANDO Chaves estaba configurando su nuevo gobierno le pregunté a un prohombre socialista si Bibiana Aído, la joven directora de la Agencia Andaluza de Flamenco, iba a ser consejera de Cultura. "Aún es pronto, está muy verde, que madure donde está", respondió. Pues menos mal que estaba verde para ser consejera... Si llega a estar madura, ahora la vemos de excelentísima vicepresidenta del Gobierno, con Teresa Fernández de la Vega en los albañiles.

El responsable único de la irresistible ascensión de Aído al olimpo ministerial fue José Luis Rodríguez Zapatero, que empezó a saber de ella a través de la alcaldesa de Sanlúcar -aún más joven que la susodicha- y que la primera vez que coincidieron en un mitin oyó encantado cómo le decía: "José Luis, esa sonrisa tan atractiva que tienes debes de compartirla, sácala más en los mítines". No hay ningún ser humano que sea inmune al halago, pero sospecho que Zapatero lo fue en grado sumo a éste de Bibiana. Y eso que el poder no lo iba a cambiar...

Cuando la hizo ministra y le encasquetó un ministerio de diseño que parte de cero, sin competencias, medios ni funcionarios, otro prohombre del socialismo andaluz, que probablemente había hecho de tripas corazón, me auguró: "La nueva ministra os va a sorprender, al tiempo". Pronóstico cumplido, la ministra nos ha sorprendido, y sin necesidad de esperar mucho. En cuanto ha abierto la boca dos o tres veces, Bibiana Aído ha revelado exactamente su personalidad. Dejando aparte su incursión en la lengua castellana, que ya ha sido exhaustivamente glosada, lo que la ministra ha demostrado es, todo en uno, sujeción estricta al código del feminismo extremoso, argumentación de manual de progre contemporánea y nivel de concienciada de pueblo. Pocos ministros ha habido en la España democrática con tan poco bagaje cultural, intelectual y vital, menos aún con un encargo tan arduo como el de pelear por la necesaria igualdad entre hombres y mujeres en el trabajo, el hogar y la vida cotidiana.

A Bibiana Zapatero no le ha dado tiempo a aprender y entrenarse para, a lo mejor, ser una buena ministra en el futuro. Creyendo hacerle un favor -aunque yo creo que él ha buscado hacerse un favor a sí mismo-, la ha dejado a los pies de los caballos. Pero no por lo que escriben de ella los horribles columnistas ni por lo que largan los deslenguados tertulianos, sino por lo que ella va a ser capaz de perpetrar en lo que le queda de mandato, a la vista de todos los ciudadanos. Su nombramiento ha sido una frivolidad de ZP.

Antes de ser crucificado déjenme decir que hubiera escrito exactamente lo mismo si en vez de Bibiana el ministro se llamara Bibiano. No, amiguitos/as, no todo es cuestión de género.

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