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A estas alturas, casi resulta una perogrullada subrayar la importancia de los malos en cualquier historia de ficción. Perfilarlos bien es tan o más importante que contar con un buen protagonista. A veces, el malo es incluso el personaje principal, el que provoca un mayor impacto. ¿O acaso no es Darth Vader lo primero que nos viene a la cabeza cuando pensamos en Star Wars? Además, en televisión funcionan especialmente los protagonistas ambiguos, que se mueven por el filo de la navaja y a los que no conseguimos ubicar. Tony Soprano, Vic Mackey, Walter White, Jax Teller, el mismo House, son todos seres a los que podemos odiar y querer a la vez. Si además resulta que la historia es de ciencia ficción, el enemigo resulta fundamental. No hace falta diseñar uno tan repulsivo y estremecedor como el alien de Cameron o el depredador que perseguía a gobernator por la selva centroamericana. Tampoco llegar a la impresionante presencia de los invasores de La guerra de los mundos o a la complejidad de los cylons de Battlestar Galactica. Pero hay que currárselo un poco. Y me temo que son precisamente los extraterrestes lo que ni funciona ni va a funcionar en la nueva Falling Skies, que se estrenó con un capítulo doble el pasado domingo en la TNT y que en España se podrá ver mañana.

Publicitada como una producción de Spielberg y su estudio Dreamworks, otro de los nombres detrás de esta serie que nos infunde todo el respeto es el de Graham Yost, creador de Justified y también productor de The Pacific. El protagonista (bueno) es el siempre carismático Noah Wyle, conocido por el público como el entonces joven doctor Carter de Urgencias y ahora un viudo padre de mediana edad, con tres hijos, que forma parte de la resistencia humana a una invasión alienígena del planeta. Y si en otros casos los extraterrestres venían a por los recursos naturales, ahora vienen a por los niños. Prácticamente todo funciona en este piloto doble, con buenos momentos como esa difícil elección que el personaje de Wyle, el profesor de historia Tom Mason, hace entre una pila de libros a abandonar entre las ruinas. Escoge, como no podía ser de otra forma, el que tiene uno de los mejores comienzos de la historia de la literatura. También, hablando de inicios, es fantástica, original y poco costosa la forma de situarnos en contexto y contar la invasión, a través de los dibujos del hijo pequeño de Mason. Así que podríamos estar ante una buena serie, que recuerda por momentos a The Walking Dead por aquello del apocalipsis, y que resulta cien veces mejor que la innombrable reciente versión de V, lo cual no es muy difícil. Pero sin embargo, los extraterrestres, al menos los que se han dejado ver hasta ahora, provocan más risa que miedo. Ni siquiera podríamos catalogarlos de serie B de los sesenta. Y así resulta casi imposible cautivar una audiencia que está acostumbrada a contemplar quizás no derroches, pero sí buenos efectos especiales en televisión, como ocurre con Juego de Tronos y esa escena final.

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