NO podemos dar testimonio de lo que no vimos y a los tiempos que vivimos, todos los días surgen historiadores, científicos, arqueólogos que de forma seria y concienzuda ahondan en la realidad del Jesús histórico y de forma seria cuestionan temas, tan comúnmente aceptados que escandalizan y preocupan a los cristianos que sienten tambalearse sus creencias; no se trata de defender la fe del carbonero, pero debiéramos esforzarnos mucho más en el conocimiento de aquellos años que cambiaron el mundo, sin olvidar que la luz de la fe no se detiene en la anécdota y ofrece la promesa de liberación para todo el género humano.

Es la hora de revisar nuestra condición de testigos, es ineludible que nuestro testimonio permita al hombre, en este mundo convulso, violento, competitivo, enredado en debates sobre la pobreza, mientras mueren los pobres, mostrar ese Dios en el que creemos.

No bastan los signos externos, debemos recordar aquello de que "cuando hagamos penitencia no salgamos a la calle cubiertos de ceniza y ojeras de la vigilia".

El testimonio que esperan de nosotros no se agota con las palabras, ni siquiera con la confusión entre caridad y justicia,están esperando el Amor prometido.

No es fácil ser testigo y al mismo tiempo denunciar la injusticia. Generalmente no se quiere oír la verdad, esa misión profética también corresponde a las hermandades; el testimonio debe estar impregnado de veracidad y en la tarea evangelizadora las hermandades deben tener muy presente la coherencia entre el mensaje y la vida comunitaria e individual de sus miembros.

El hombre desconfía de los mensajes, que no van acompañados de obras, desconfía de los compromisos asumidos a distancia, sin involucrarse directamente en la situación del que precisa ayuda y deberemos tener muy presente que la liberación que Jesús ofreció a todos los hombres era sobre todo en lo que afecta a su dignidad.

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