DEFINITIVAMENTE, hay series que hacen que hasta el más descreído caiga de hinojos y dé las gracias. A lo que sea: a la Providencia, a los djinns persas, a la vil casualidad, al insomnio.

Resulta que alguien ha decidido, veinte años después, resucitar a Laura Palmer. O, al menos, a la dinamo que puso en marcha Twin Peaks: cómo una adolescente aparentemente inocua puede terminar transformándose en un cadáver níveo de labios violetas. Recupera The Killing (AMC) los interrogantes que rodean a toda víctima con demasiados espacios en blanco. Pero ha llovido mucho desde el agente Cooper, y esta serie se dedica a beber también -inevitablemente- de otros cultos de una pieza, como The Wire -la detective asignada al caso, Sarah Linden, parece recién salida del plantel policial de Baltimore-. Linden/Mireille Enos es sólo un ejemplo de las excelentes actuaciones con las que cuenta The Killing, a destacar la de Michelle Forbes, encargada de interpretar a una desolada -y no histriónica- madre de la víctima.

Y, sin duda, uno de los innegables protagonistas de la serie es Seattle. No como ciudad de vanidades sino como marco, como limbo absoluto, envuelto en nieblas azules y una lluvia feroz y constante. Recuerda en esto a las entregas de Wallander que protagonizó Kenneth Branagh, y que mostraban una naturaleza bellísima, pero desoladora y amenazante, de páramos batidos por el viento, campos dolorosamente amarillos o infinitas extensiones de juncos. Tal vez sea un concepto del exterior común a lo nórdico -las desdichas de Wallander se suceden en Suecia, y The Killing tiene su origen en una serie danesa- pero lo cierto es que son escenarios imbatibles como dominios de lo incómodo, de lo oculto.

En fin. Que se lo apunten en la agenda. Sólo nos queda rezar por el pronto advenimiento.

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