EN la Cartuja, el Pabellón del Futuro es el Templo del Pasado. Asomado por un lado a un canal vacío, y por otro a unos jardines abandonados (por fin objeto de labores de recuperación), del legado de la Expo 92 es el edificio más grande sin uso permanente. El muro ferroviario de Torneo fue la barrera que separó a Sevilla del río, desde Chapina hasta San Jerónimo, e impedía ver y anexionar la isla de la Cartuja, territorio y mito. Paradojas de la historia, ahora es la orilla cartujana entre los puentes del Cachorro y de la Barqueta la que es muro de inactividad y abandono (Puerto Triana, Navegación, Auditorio, Futuro) que le tapa a Sevilla la enorme actividad en la franja central de la isla. Mientras algunos intentan crear una absurda polémica por el derribo del Pabellón de la Santa Sede, pequeña construcción claramente efímera que no admite comparación con edificios de mucha más importancia erigidos para el 92, la ciudad no es capaz de convertir el Pabellón del Futuro en un activo de desarrollo, como Museo de la Ciencia o de la Aviación.

Les animo a que hagan un viaje en el tiempo y vean en el Futuro la exposición didáctica sobre el desastre ecológico del Guadiamar, del que se cumplen hoy diez años, y el extraordinario proceso de recuperación medioambiental acometido desde Aznalcóllar hasta las lindes de Doñana. No se sorprendan que sitúen aquel accidente minero junto a Seveso, Bhopal, Chernobil y otros hitos universales del maltrato al planeta. Si llega a llover en aquella semana tóxica de 1998, nada ni nadie hubiera frenado en las marismas la riada de metales venenosos. Por eso no alcanzó la categoría de pasado con mayúsculas y de siniestro total para nuestro futuro. Y les aconsejo que, después, completen el viaje en el tiempo visitando y disfrutando del Corredor Verde del Guadiamar, con su red de miradores, senderos, paisajes protegidos y áreas recreativas. Pasado, presente y futuro. Porque en Sevilla fuimos bosque de ribera. Hasta que se nos fue la mano.