COMO a cencerros tapados, sin brillo alguno, se acaban los días señalaítos en la otra orilla. La por excelencia fiesta del verano trianero y velá más importante de la ciudad toca a su fin de forma mortecina y sin el pase de la firma debido, los fuegos artificiales. No han faltada las avellanas verdes ni las sardinas asadas, tampoco esa cucaña tan en el ADN de la Velá, pero la Velá era otra cosa, nada que ver con esta fiesta mortecina que nos han montado en el arrabal y guarda. Ahora bien, eso sí, los partidos políticos sí que han polarizado la fiesta con sus caprichos y ese sectarismo sin el que parecen no tener razón de existir. La bandera que tan nefastos recuerdos acarrea ha estado de pitón a rabo, como motivo de orgullo en este pobre país que parece atávicamente condenado a repetir la historia en sus peores capítulos. Y la Velá como retrato de la situación.
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