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UN joven de San Juan de Aznalfarache, de tan sólo 17 años, se ha convertido en la segunda víctima mortal en atropello en Sevilla en el plazo de diez días, al ser arrollado durante la madrugada del sábado en la avenida de Carrero Blanco cuando se cruzó delante de un automóvil cuyo conductor no tuvo tiempo de esquivarlo. Aunque las versiones son contradictorias -desde que iba huyendo de una pandilla juvenil de otro municipio hasta que pasó por un sitio no señalizado para los peatones-, todas coinciden en que el desafortunado joven había pasado buena parte de la madrugada en las botellonas que de forma habitual se celebran otra vez en el entorno del campo de la Feria, en el barrio de Los Remedios. El atropello mortal ha destapado que la ley antibotellón está siendo sistemáticamente vulnerada de nuevo, en los mismos escenarios de antaño y cada vez más frecuentemente, sin que los cuerpos policiales muevan un solo dedo ni atiendan a las denuncias vecinales, merced al consabido argumento de la falta de medios. ¿Pues no acordó el Ayuntamiento unos pluses especiales a los policías que prestan servicio nocturno? La ley es taxativa: las botellonas están prohibidas en toda la ciudad salvo en los sitios que expresamente determine el Ayuntamiento. Tal como recordó el Defensor del Pueblo en uno de sus informes, el Ayuntamiento de Sevilla sigue sin acotar espacio alguno para la movida juvenil (el botellódromo en la isla de la Cartuja se demora ad calendas graecas), por lo que cualquier concentración de este tipo es contraria a la norma. Tampoco valen las recomendaciones más o menos veladas de que la juventud se congregue en zonas alejadas de las áreas habitadas, como sería el caso de los polígonos industriales y la isla de la Cartuja, pues la normativa exige que el Ayuntamiento diga expresamente dónde está permitido beber al aire libre. Nos hallamos, pues, en una situación de ilegalidad tolerada, en que por la reiteración de los hechos y la inacción de la Policía a la hora de disuadirlas, las botellonas masivas han vuelto a convertirse en una práctica habitual en los fines de semana. Ha tenido que morir un joven para demostrarnos que no existe voluntad política de acabar con la movida nocturna, aunque los ayuntamientos tengan lo que durante años esgrimieron como coartada para no actuar: la fuerza que da una ley.

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