Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

Vota farolillos

DICE la teoría que consultar a la gente debe ser, por definición, bueno y democrático. Corren vientos populistas y eso, por lo que parece, tiene una capacidad de contagio que llega a afectar incluso a los que se supone que tienen una sensatez acrisolada. Sólo así cabe interpretar la idea, un tanto singular, del alcalde de Sevilla de convocarnos a los ciudadanos a las urnas para que decidamos si se empieza la Feria tres días antes y además nos damos un festivo a mitad de semana. Pero una cosa es la teoría y otra la práctica. Habrá que convenir, y seguro que a Juan Espadas no se le oculta, que elegimos a los políticos para que se mojen y tomen decisiones. Luego, si esas decisiones y sus consecuencias nos parecen adecuadas, los volvemos a votar y si no, los echamos y los cambiamos por otros. Ésa es, o por lo menos era, la esencia de la democracia representativa en la que nos hemos desarrollado como un país libre y soberano. Organizar un referéndum con todos sus avíos -se supone que urnas, sedes administrativas abiertas para ir a votar, constitución de mesas, vigilancia…- para decidir sobre una cuestión cuya solución corresponde al Pleno municipal se antoja un tanto exagerado. Además, que la Feria es Feria casi desde el viernes previo y que ya no lo es el domingo de los fuegos artificiales es algo que no necesita muchas vueltas. Seguro que hay cuestiones de mucho más calado para el presente y el futuro de la ciudad sobre las que los sevillanos deberíamos ser consultados. Se podía hacer una lista bastante larga de asuntos de trascendencia económica y social en los que la ciudad se está jugando en estos momentos su ser o no ser y en los que nuestros últimos gobiernos municipales no han tenido mucha habilidad para orientarse. Los datos de Sevilla hablan por sí solos.

Tan poco adecuado me parece convocar una consulta sobre un tema que se debería resolver en un debate político en el Ayuntamiento como que la cuestión elegida para la primera vez sea precisamente la de la ampliación de la Feria de Abril. Si algo no necesita en ningún caso Sevilla es reforzar en el resto de España y del mundo la imagen odiosa que nos han querido fabricar fuera de vagos y graciosos que estamos todo el día con la copa en la mano, metidos en una juerga y pensando en la siguiente. Miedo me da imaginarme los telediarios, públicos y privados, del día siguiente a la consulta contando, con fondo de sevillanas e imágenes de farolillos, cómo hemos elegido darnos unos cuantos días más de fiesta para pasárnoslos en el real, montados en calesas y con nuestras mujeres vestidas de faralaes. Por no hablar del reportajito que seguro que nos dedican The New York Times o The Guardian sobre los modos atávicos que tenemos de entender la diversión en la exótica Andalucía.

Sevilla, y es un argumento que hemos reiterado en esta columna, tiene que cuidar muchas cosas porque está en una profunda crisis que no es sólo económica, sino también de iniciativa e impulso social. Su proyección es, o debería ser, un activo. Pero su proyección como ciudad comprometida con la cultura, con un patrimonio y una historia sólo al alcance de muy pocas en Europa y que al mismo tiempo es capaz de potenciar sus universidades y sus centros de investigación. Profundizar en los estereotipos que nos han lastrado desde hace siglos y que han cultivado los peores tópicos sobre nosotros no es un buen negocio. Sevilla sigue sonando en el mundo. Conviene tenerlo en cuenta a la hora de adoptar decisiones como la que nos ocupa.

Por todas estas razones, Juan Espadas, que está acertando en bastantes cosas, no ha estado muy fino en esta ocasión y se ha dejado contagiar por el ambiente populista que impregna la política española. Seguro que no le costará mucho trabajo rectificar. Le haría un favor a Sevilla.

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