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Carlos Colón

Wagner, Polonia y la cabeza cortada

COMENTANDO la entradilla de la noticia de la decapitación de la estatua de la fuente de la Puerta de Jerez, en la que se calificaba a los autores de "vándalos que aprovecharon las celebraciones por la Eurocopa", un lector se quejaba de que al fútbol se le perdone "el racismo en los estadios, los grupos de ultras violentos, los destrozos en las celebraciones"; y pedía irónicamente que "cuando en los lugares de botellona se partan cosas" se culpe, no a todos los que participan en ella, sino a los "vándalos que aprovecharon la botellona".

Hay, sin embargo, una diferencia fundamental. En la Puerta de Jerez se celebraba un hecho deportivo de una brillantez y limpieza ejemplares, por lo que el vandalismo, no sólo no guardaba relación con lo que se festejaba, sino que representaba su opuesto. La botellona, por el contrario, no está ligada a la celebración de ningún acontecimiento que represente valores positivos. La ocupación continuada y abusiva de los espacios públicos, la suciedad, la borrachera y a veces la violencia forman parte de su naturaleza.

Poco antes de que los vándalos aprovecharan la celebración para destrozar la estatua, Íker Casillas tuvo un gesto de auténtica caballerosidad y deportividad -como si fuera un Capitán Trueno (hasta con Sigrid reportera) que siempre permite que su rival recoja la espada del suelo o un gentleman- al urgir al árbitro para que pusiera fin al partido, gritándole: "¡Respeto para el rival! ¡Respeto para Italia! ¡4-0! ¡Pita ya!". El buen e inteligente juego de la selección española, el saber estar y saber ganar de Vicente del Bosque o la caballerosidad de Casillas pidiendo que no se humillara a su contrincante representan lo opuesto a los gamberros que aprovechan estas ocasiones para dar rienda suelta a lo que de seguro hacen cada vez que pueden.

Ligar como causa y efecto fútbol y vandalismo es tan abusivo como ligar filosofía y totalitarismo porque algunos de los mayores filósofos del siglo XX fueron nazis, comunistas o maoístas; o como vincular la música clásica al genocidio porque Hitler y la plana mayor nazi adoraban a Beethoven y a Wagner, yendo y viniendo con toda naturalidad de Bayreuth a Auschwitz. El arte al servicio del mal, se titulaba el documental dedicado a los grandes directores de orquesta que sirvieron al Tercer Reich. El arte ha estado muchas veces al servicio del mal. Pero no hay relación de causa y efecto entre ellos. Lo mismo sucede con el fútbol. Ni oyendo a Wagner entran ganas de invadir Polonia, pese a la brillante ocurrencia de Woody Allen, ni viendo el buen juego de España apetece decapitar estatuas.

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