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Opinión

Abel Veiga Copo

En el adiós a Labordeta

Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad". Así comenzaba su canto a la libertad. Labordeta, el poeta, el hombre, el político, el luchador, el conocedor y descubridor de los caminos de esa España polvorienta y sedienta de libertades. Hizo el camino en un mismo trazado, uniendo hombros, levantando a aquellos que cayeron gritando "Libertad". Ha muerto un hombre comprometido, afable y abierto. También existencialista y pesimista. Hondo, profundamente hondo y claro, transparente y entrañable. Su verdad limpió los caminos de siglos de destrozos contra la libertad. Coherencia hasta el final de sus días. Lucidez y compromiso. No se puede pedir más, tampoco dejar mejor huella. Hombre de convicciones, humilde y sabio. De los que ya no quedan ni uno se encuentra en los caminos de este duro batallar.

Enmudeció la voz del poeta. La enfermedad cruel y traicionera se lo llevó a los 75 años. Un epitafio que el mismo profirió: ¡a la mierda! La vida por vivida. Y es que este hombre era como ese viejo árbol batido por el viento que tanto cantó en su Somos y su duro batallar. Echó nuevas raíces por los campos y veredas de esa España que tanto quiso y cantó hasta la extenuación. Nos ayudó a recuperar nuestra historia. A su manera, sin lastimar ni ofender a nadie. Con su libertad, con su verso, con su estribillo, con su canto a la esperanza y con su inconfundible e indeleble mochila. Con su palabra socarrona y audaz, también mordaz en ocasiones, que no dudó en mandar a la mierda a una bancada de diputados que le insultaban y despreciaron con socarrona burla en una ocasión. Tesón recio, dignidad y conciencia. Ése es su legado, un legado que nos ayudó en nuestra propia conciencia de país y de libertad. La que le debe a ese generación de hombres que con su valentía y compromiso, su civismo y lucha por las libertades de todos no lo tuvieron fácil ni sencillo. Hombre multifacético, historiador y narrador, poeta y cantautor, catedrático y político.

Cantó con melancolía a su tierra del alma, Aragón. Fue izquierdista confeso, amante de las tierras de España, la rural, la cercana y a la vez alejada de la ciudad, nos la retrató y acompañó con imágenes. Le cantó y le confirió dignidad. Y acarició la España junto al mar que tanto anheló. El eterno paseante de los pueblos de España seguirá caminando por esas veredas y caminos del alma. Siempre le veremos en las quijadas y en las cumbres, en los valles y los ríos, en las cuencas y las veigas. Veredas de fraternidad de este increíble y desconocido país que es España.

Llegaron las distinciones, los homenajes, las medallas y los doctorados honoris causa. La labor estaba ya hecha. Terminada quizás. La espiga alta que tanto cantó. Nos miró con su mirada profundo y penetrante. Nos cantó con su voz recia y clara. Nos escribió versos que quedan para la historia. Se fue el hombre que pareció un cascarrabias impenitente, pero se fue el hombre lleno de humanidad y sabiduría, conciencia y coraje de libertad. Venció incluso al sufrimiento, a la enemistad y a la disputa política. Fue un atlante del compromiso y la libertad. Llegó ese día en que los viejos árboles batidos por el viento que azota desde el mar vieron la libertad y vieron que el viejo poeta ya no echó más raíces por campos y veredas para poder andar. Ahora llega el tiempo en que recordaremos al hombre desnudo y la voz ya apagada.

Profesor de Derecho de la Univ. de Comillas

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