ÚNICAMENTE le faltaba a estas Navidades de crisis y frío, de ese frío que se te mete en los huesos y que te sume en una pesadilla de tribulaciones, la espeluznante muerte de Rafael Álvarez Colunga, amigo cabal y, lo más meritorio, es que lo era de una multitudinaria legión de amigos. Desde que en la tarde del domingo supimos de su muerte se ha vertido mucha tinta en los papeles como para intentar ser original. Se ha hablado de su bonhomía, de su afabilidad y de sus aficiones. Mairenero y currista, tenía balcón en Sierpes, caseta en la Feria y casa en El Rocío hasta que la dejó vencido por la nostalgia en el recuerdo de su amigo Cuberta. Igual que se fue alejando del Betis por rechazo a su actual régimen, era cordial hasta que dejaba de serlo, pero lo cierto es que le costaba un mundo dimitir de su afabilidad. Se ha ido como del rayo y deja, él que era enemigo de penas, un reguero de tristeza.
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