La esquina

El alcalde que convivió con la corrupción

EL relevante político ha tenido que declarar hace diez días ante un juez. Está acusado de haber amparado desde la Alcaldía un sistema ilegal establecido para pagar a empleados a sueldo de su partido con dinero del Ayuntamiento que presidía. Esto ocurrió antes de que diera el salto, gran salto, a la política nacional, en la que alcanzaría más tarde la máxima cumbre.

El caso se remonta a comienzos de los años noventa. Uno de los jueces que investigan el caso ha afirmado que nuestro hombre tenía que conocer "por fuerza" el mecanismo que se había puesto en marcha en la corporación municipal. Basa su seguridad al respecto en la carta que firmó de su puño y letra el acusado pidiendo a la Administración local que gobernaba el ascenso de determinada funcionaria: ella confesaría más tarde que trabajaba para el partido, jamás trabajó para el Ayuntamiento.

Hace menos de dos meses se supo que tendrá que responder también en otro juicio parecido: por haber amparado la creación de veintiún empleos municipales inexistentes, siempre destinados a amigos, correligionarios o conocidos suyos, remunerados con dinero público y sin hacer nada público. Otros procedimientos están abiertos por el reparto de pisos de propiedad municipal para pagar favores o la distribución de comisiones por obras encargadas por el municipio.

El mandatario del que hablo, a base de informaciones publicadas por los periódicos, no es, como habrá pensado más de uno con malevolencia, ningún alcalde andaluz. Se trata de Jacques Chirac, ex presidente de la República francesa y dos veces primer ministro, al que persiguen los fantasmas de la corrupción que anidaron durante su largo mandato como alcalde de París. Abuso de confianza y desvío de fondos públicos son las acusaciones que pesan sobre él. Aunque se libró de estos procesos por la inmunidad de que disfrutó como jefe de Estado entre 1995 y 2007, en una democracia sólida los pecados del pasado acaban por darte caza. Y a Chirac le ha llegado su hora.

Preguntas. ¿Cuántos alcaldes y concejales de nuestro entorno hacen en sus pueblos exactamente lo mismo que Jacques Chirac en París? ¿Quién no conoce a algún empleado público que sólo aparece por su institución para recoger la nómina y trabaja en realidad para el partido que lo colocó? ¿Acaso los ascensos en los organigramas de la Administración se deben siempre al mérito, la capacidad y el trabajo o influyen, en muchos casos, la afiliación o la mera simpatía política? Aquí los tribunales funcionan cuando la corrupción es flagrante, grave e ilegal, pero son impotentes ante las corruptelas menores que llenan la vida cotidiana.

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