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José Joaquín / Gómez

Y apuntaba el sábado

El entierro de Cristo. La Hermandad de Santa Marta escenifica de manera fidedigna cómo tuvo que ser el traslado al sepulcro del cuerpo del Señor bajo su advocación de Caridad

CUENTA el Evangelio de San Lucas que era el día de la preparación y apuntaba el sábado (23-54), por lo que el traslado del cuerpo de Cristo al sepulcro hubo de hacerse con prisas, pues el hombre aun estaba hecho para el sábado y no el sábado para el hombre.

Si de veras queréis presenciar cómo fueron esas prisas y cómo hubo de ser ese traslado, os invito a que acudáis a la caída de esta noche a la Plaza del Salvador. Colocaos en el centro de la misma, incluso ocupando las escalinatas del templo, y contemplaréis desde allí la visión exacta de cómo fue el entierro del Señor.

Tras un mar de cirios azules aunados en una sola llama encendida de la fe de sus hermanos, se divisan a lo lejos seis ciriales y, envuelto en una nube de incienso, el impresionante misterio del Traslado al sepulcro de la Hermandad de Santa Marta. En apenas dos minutos cruzará la plaza buscando enfilar Cuna para desembocar en el sepulcro de San Andrés, como con prisas, como una exhalación, en un abrir y cerrar de ojos.

El mismo Evangelista también nos relata que viendo la crucifixión de Jesús estaban a distancia todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea (Lucas 24-49). Está claro, en aquel grupo no podía faltar su Madre, de quien quisiera ser pañuelo que enjugara estas siete lágrimas que como siete puñales de dolor cruzan sus mejillas, y sentir el sabor de la sal al beberme el llanto que de sus ojos brota. Ni pudo faltar el discípulo amado; y entre las mujeres que le habían seguido desde Galilea con toda seguridad estaba Marta junto a María Salomé y María Cleofás, y por supuesto la Magdalena queriendo limpiar con su llanto y secar con su pelo la sangre del Redentor, y José de Arimatea que le pidió a Pilatos su cuerpo, y Nicodemus, que en su rostro refleja el asombro del recuerdo de las palabras del Maestro sobre nacer de nuevo.

A pesar de lo nutrido del grupo, el centro de todas las miradas, la imagen que todo lo aglutina, el resorte que recoge no sólo la atención de nuestros ojos sino de nuestro propio corazón, no puede ser otro que el rostro del Señor. No en vano el Cristo de la Caridad no cierra los ojos después de su muerte, y es que Tú, mi Señor, no eres de muertos, sino de vivos.

Tú, Señor, nos tiendes esa mano que lánguida dejas caer para ofrecerla a cuantos suavemente la acariciamos en momentos de intimidad, o nos agarramos a ella como clavo ardiendo cuando creemos no tener salida a nuestros problemas y llegamos casi a enfadarnos contigo cuando no encontramos solución a los mismos.

Yo quisiera volver a agarrarme con mis dos manos a la tuya para sentir de nuevo tu vida y no tu muerte, Señor, porque somos nosotros los que día a día te seguimos rompiendo con nuestros egoísmos, rompiendo con nuestras impaciencias, rompiendo con nuestro afán de protagonismo, rompiendo con nuestras envidias.

Que tu Caridad, Señor, nos impulse a todos para llevar a estos cristos vivos que están rotos el amor, la comprensión a los que se sienten odiados, el perdón a los ofendidos, la justicia social a los marginados, la paz a los que sufren, el consuelo a los solitarios y la salud a los enfermos.

¿Por qué va muerto Cristo si Cristo vive? Tú vives en el corazón de cuantos te vemos pasar en esta noche del Lunes Santo sabiendo que tu muerte nos dio la vida, Tú escucha a los que suplicantes te llamamos cuando nos acecha el mal, Tú hablas a la conciencia de aquellos que nos identificamos con tus palabras.

¡Cristo de la Cridad! ¿Quién puede verte muerto? Tú no estás muerto porque aún molestas a muchos vivos. Por eso, cuando el paso se pierda definitivamente por la calle Cuna y la plaza quede ocupada por los tramos de penitentes, resonará en nuestro interior, como lo hizo hace treinta años en el mío, la exclamación que he procurado que sea lema de mi vida:

¡Cristo no está muerto! ¡Cristo vive!

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