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Opinión

Inés Vallejo

La capilla de Guerrero

EN 1964 Mark Rothko, pintor vinculado al expresionismo abstracto americano, comenzó a trabajar en lo que sería su más importante declaración artística: The Rothko Chapel. La idea del proyecto, impulsado por los millonarios texanos John and Dominique de Menil, era levantar una capilla en la universidad católica de Houston que sirviera como destino de peregrinación lejos de Nueva York, entonces capital del arte. Para ello, Rothko realizó una serie de obras de gran formato y trabajó activamente con los arquitectos del proyecto. El resultado fue un edifico octogonal sin ventanas con 14 lienzos monocromos que invitan a la meditación: a llegar a lo trascendental a través de una experiencia estética.

Unos años antes, Rothko había conocido a José Guerrero en una cena organizada por la que sería la marchante de ambos: Betty Parsons. El pintor granadino se había instalado en Nueva York en 1950 con la idea de aprehender la modernidad. Gracias a su vinculación con Parsons, una de las galeristas de vanguardia más importantes del momento, el artista se relacionó con el expresionismo abstracto trabando amistad con algunos de sus más emblemáticos protagonistas. El conocimiento del action painting hizo que su obra evolucionara hacia una pintura gestual marcada por la densidad matérica y por una sensibilidad para el color que definió toda su producción.

Tras su fallecimiento, y siguiendo su deseo, los herederos depositaron en su ciudad natal cuarenta lienzos y veinte dibujos para conformar la colección del Centro José Guerrero dependiente de la Diputación de Granada. Durante diez años esta institución ha trabajado no sólo en torno a la figura del pintor, sino también como enlace del arte contemporáneo para la ciudad a través de sus exposiciones temporales.

Estas exhibiciones, debido al ajustado tamaño del edificio, han venido ocupando las dos primeras plantas del Centro, mientras que una selección de obras del pintor, generalmente lienzos, ha podido verse siempre en la única sala de la tercera planta. En ella, el visitante era invitado a sentarse en un banco extendiéndose ante él un espectáculo de la mejor pintura. En el silencio de la sala podía oírse el murmullo de los colores de Guerrero, que, desplegados en sus obras, luchan por conquistar su parte del cuadro. De esta manera, el visitante tenía la misma sensación que en la capilla rothkiana de Houston: que esos lienzos llevan más allá de su propia significación. Es la "capilla de Guerrero", su sentimiento trascendental y su experiencia estética lo que Granada pierde ahora, cuando los hijos del pintor se ven obligados a retirar la obra de su padre a causa de la desafortunada actuación de la Diputación.

El día en que José Guerrero clausuraba su primera exposición en Betty Parsons, Mark Rothko se presentó en la galería y lo invitó a comer. Con una botella de vino en la mesa, el pintor de origen ruso le dijo: "Mira, el último día de una exposición es como una retirada militar: te retiras con tus cosas y te metes en la trinchera, que es el estudio, y otra vez a luchar". Guerrero luchó a brazo partido con la pintura durante tres décadas más. La lucha continúa.

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